
Este artículo desarrolla un modelo estructural de la conciencia desde la Crimiatría, disciplina emergente de la Criminología de la Conducta Antisocial. Se propone una zonificación axiológica que distingue cinco niveles: acrimiátrico, axiónico, infracrimiónico, subcrimiátrico y crimiátrico, en función de la carga psicoética del sujeto y su predisposición al daño. A partir de referencias filosóficas, psicológicas y neurocientíficas, se definen también tipologías de personalidad, orientadas a comprender cómo se articula internamente la voluntad de dañar o evitar el daño.
La conciencia es abordada como núcleo volitivo, ético y directivo, más allá de su mera función perceptiva. El artículo presenta herramientas diagnósticas originales, como el Test de Dilemas Crimiátricos o el Cuestionario de Carga Psicoética, útiles en prevención, peritaje y ámbito educativo o clínico. Con este modelo se busca anticipar la conducta antisocial desde su estructura interna, proponiendo una nueva vía para el análisis y la intervención forense, ética y criminológica.
Contenidos
- 0.1 Justificación del modelo
- 0.2 La necesidad de una teoría axiopsicoética estructural
- 0.3 Objetivos teóricos y estructurales del artículo
- 1 Antecedentes y modelos clásicos de la conciencia
- 1.1 Conciencia en la psicología clásica: Freud, Jung y Janet
- 1.2 Aportaciones fenomenológicas: Husserl, Sartre y Merleau-Ponty
- 1.3 Neuropsicología contemporánea y el problema de la conciencia moral
- 1.4 Conciencia ética en la tradición teológica y filosófica
- 1.5 Limitaciones de los modelos previos ante la conducta antisocial
- 2 Fundamentos del modelo crimiátrico de la conciencia
- 2.1 Estructura tripartita: inconsciencia, subconsciencia y consciencia
- 2.1.1 Inconsciencia: zona simbólica basal
- 2.1.2 Subconsciencia: sede de cargas psicoéticas latentes
- 2.1.3 Consciencia: activación perceptiva y volitiva
- 2.1.4 La conciencia como instancia volitiva y valorativa
- 2.1.5 Voluntad y carga: dirección de la energía psicoética
- 2.1.6 La conciencia como sede del juicio axiológico
- 2.1.7 Libertad, estructura y responsabilidad
- 2.1.8 Distinción conceptual entre consciencia y conciencia
- 2.1.9 El rol de la conciencia en la activación de la crimia
- 2.1.10 De la latencia a la ejecución
- 2.1.11 Formas de activación: consciente, racionalizada, delegada
- 2.1.12 El fracaso de la conciencia como función ética
- 2.2 Interacción entre niveles y dinámica estructural
- 2.1 Estructura tripartita: inconsciencia, subconsciencia y consciencia
- 3 Zonas axiológicas dentro de la conciencia crimiátrica
- 3.1 Zona acrimiátrica: coherencia, inmunidad y virtud psicoética
- 3.2 Zona axiónica: estado neutro, potencialidad sin dirección
- 3.3 Zona infracrimiátrica: racionalización, daño débil o pasivo
- 3.4 Tipos infracrimiátricos: moralidad ambigua
- 3.5 Zona subcrimiátrica: predisposición al daño, aún no ejecutado
- 3.6 Zona crimiátrica: ejecución estructural del daño antisocial
- 4 Tipologías caracterológicas según la carga psicoética
- 4.1 Fundamento crimiátrico de los tipos: cargas como estructura
- 4.2 Carga, dirección y conciencia
- 4.3 Acrimiónico pasivo y anacrimiónico activo
- 4.4 Tipos anacrimiónicos
- 4.5 Axiónico: sujeto neutro en estado de polarización abierta
- 4.6 Infracrimiónico: carga débil, moralmente ambigua
- 4.7 Crimiónico activo: voluntad estructurada hacia la crimia
- 4.8 Crimiátrico ejecutado: daño antisocial manifiesto
- 4.9 Representación de los tipos según zona y carga
- 5 La conciencia como núcleo de dirección psicoética
- 6 Implicaciones para la detección y prevención de la crimia
- 7 Prototipos de herramientas y aplicaciones clínicas o forenses
- 8 Conclusión
- 9 Bibliografía
Justificación del modelo
El modelo crimiátrico de la conciencia que aquí se presenta forma parte de un conjunto más amplio de propuestas teóricas enmarcadas en lo que denominamos Criminología de la Conducta Antisocial (CCA), una disciplina emergente en proceso de formulación y desarrollo. Lejos de presentarse como un sistema validado científicamente o asentado en consensos empíricos, este modelo parte de una hipótesis estructural: que la conducta antisocial no puede comprenderse plenamente si se limita su análisis al acto observable o a las categorías clínicas tradicionales, sin atender a las dinámicas internas de valoración ética y voluntad de daño.
La crimiatría, en este contexto, se propone como una herramienta teórica para el estudio de la arquitectura interna del sujeto, especialmente en lo relativo a su predisposición a la acción antisocial. Esta arquitectura estaría configurada por un sistema tripartito de niveles (inconsciencia, subconsciencia y consciencia) y por la polarización de una energía interior de carácter psicoético, cuya activación —en función de su carga y del juicio valorativo del individuo— puede desembocar en lo que definimos como crimia, esto es, la ejecución de una conducta éticamente dañina desde un acto deliberado.
La originalidad del modelo radica en que desplaza el foco desde el hecho delictivo hacia su preconfiguración estructural, es decir, hacia la energía, la decisión y la dirección ética que preceden al acto. Esta visión no niega la relevancia de los factores sociales, psicológicos o jurídicos tradicionalmente estudiados, pero plantea que todos ellos se articulan y encuentran su expresión última en un espacio interior de decisión valorativa, que puede ser teóricamente modelado.
A este respecto, el modelo se apoya en ciertas intuiciones filosóficas y psicológicas previas. Bernard Lonergan (1957), por ejemplo, sostenía que la autoconciencia moral es la clave del proceso de elección. Viktor Frankl (1978), por su parte, afirmaba que entre el estímulo y la respuesta hay un espacio donde reside la libertad del hombre. Es en ese espacio —el de la conciencia entendida como sede de juicio axiológico— donde la crimiatría propone centrar su mirada. No para sustituir otras disciplinas, sino para ofrecer un instrumento de análisis adicional que ayude a comprender por qué ciertas personas, ante estímulos semejantes, escogen caminos divergentes: unos hacia el bien, otros hacia el daño.
La presente propuesta debe entenderse, por tanto, como una base teórica sujeta a validación, revisión y contraste empírico, que aspira a integrar variables éticas, energéticas y volitivas en el análisis de la conducta antisocial. Su formulación pretende no solo contribuir a la reflexión criminológica contemporánea, sino también abrir nuevas líneas de investigación orientadas a la detección, prevención y comprensión profunda del daño estructural.
La necesidad de una teoría axiopsicoética estructural
Uno de los déficits más significativos en la comprensión profunda de la conducta antisocial radica en la ausencia de una teoría estructural que contemple los procesos éticos internos como elementos fundamentales del daño. La mayoría de los enfoques actuales, tanto en criminología clásica como en psicopatología forense, tienden a centrarse en la observación del comportamiento, la sintomatología o las condiciones externas, sin penetrar en las dinámicas internas de juicio, intención y dirección moral que anteceden al acto dañino.
La propuesta de una teoría axiopsicoética estructural parte de la premisa de que todo acto social o antisocial es, en última instancia, la consecuencia de una orientación ética interior, ya sea consciente o latente. Esta orientación no se limita a una valoración racional del bien y del mal, sino que se articula en torno a una energía psicoética —esto es, una fuerza interna con carga positiva, negativa, neutra o latente— que se activa o se inhibe según las condiciones del sujeto y su capacidad de juicio.
En este sentido, el modelo crimiátrico de la conciencia ofrece un marco para describir cómo dicha energía atraviesa los niveles internos de procesamiento (inconsciencia, subconsciencia y consciencia), interactuando con estructuras valorativas personales y generando diferentes tipos de disposición: desde la inhibición del daño hasta su ejecución deliberada. Esta propuesta permite plantear una tipología de perfiles axiopsicoéticos —como el acrimiónico, el anacrimiónico (oncico o misticogénico) o el axiocrimiátrico— basada en la orientación estructural del juicio interno y no solo en la manifestación externa del acto.
La necesidad de esta teoría se hace aún más evidente al constatar que los sistemas actuales no ofrecen herramientas suficientes para detectar precozmente a sujetos con desviaciones éticas estructurales no patológicas pero potencialmente peligrosas. Así, mientras que la psicopatología forense puede clasificar determinados trastornos, y el derecho penal sanciona el daño consumado, falta un modelo intermedio que permita comprender cómo se estructura la voluntad de dañar desde una desviación ética silenciosa, muchas veces no observable clínicamente ni tipificada jurídicamente.
El enfoque axiopsicoético estructural que aquí se plantea no pretende patologizar la moralidad, sino describir cómo se organiza interiormente la inclinación hacia el bien o el daño desde una perspectiva energética, valorativa y volitiva. Este modelo busca ofrecer una base conceptual sólida sobre la que construir herramientas diagnósticas, pronósticas y preventivas que permitan intervenir antes de que la conducta antisocial se manifieste, y al mismo tiempo, abrir una línea de reflexión académica y científica sobre las estructuras internas de la decisión moral en el sujeto humano.
Tal como advertía Spaemann (1991), “no todo lo observable agota el contenido de lo real”; y es precisamente esa realidad interior —ética, energética, estructural— la que esta teoría se propone explorar. La crimiatría, como expresión clínica de esta estructura, es así una invitación a comprender el daño no solo como acto, sino como resultado de una disposición estructural de la conciencia que puede y debe ser estudiada en profundidad.
Objetivos teóricos y estructurales del artículo
El presente artículo tiene como objetivo principal proponer y fundamentar un modelo teórico de la conciencia desde una perspectiva crimiátrica, entendida esta como una disciplina emergente en el marco de la Criminología de la Conducta Antisocial (CCA). Este modelo busca ofrecer una lectura estructural de los niveles de conciencia —inconsciencia, subconsciencia y consciencia— en relación con la dinámica de activación o inhibición de la crimia, definida como la manifestación psicoética del daño antisocial.
De forma más específica, el artículo se propone:
- Establecer una analogía crítica con los modelos clásicos de la psicología, la fenomenología, la neuropsicología y la filosofía moral, detectando sus aportes y limitaciones para abordar las dinámicas internas de la conducta antisocial.
- Definir conceptualmente los niveles y zonas que conforman la conciencia, con base en una lectura axiopsicoética, integrando la noción de energía estructural (positiva, negativa, neutra o latente) como clave para entender la predisposición a la crimia o su inhibición.
- Caracterizar las tipologías psicoéticas estructurales del sujeto, según la carga predominante de su conciencia y la zona desde la cual opera, formulando así una taxonomía crimiátrica preliminar para el análisis clínico, preventivo y educativo.
- Dotar al modelo de un marco ilustrativo y estructurado, que permita su uso como herramienta teórica en investigaciones futuras y como punto de partida para aplicaciones diagnósticas.
Este artículo se inscribe como capítulo introductorio al eje central de la tesis, dedicado a explorar la arquitectura interna del sujeto en la génesis del daño antisocial, sin abordar aún la teoría del crimión ni el desarrollo completo de los índices diagnósticos. Su finalidad es asentar una base teórica sólida, compatible con marcos existentes, pero lo suficientemente diferenciada como para justificar una nueva línea de investigación: la crimiatría.
Antecedentes y modelos clásicos de la conciencia
Conciencia en la psicología clásica: Freud, Jung y Janet
La psicología clásica inauguró una comprensión estructural y dinámica de la conciencia que, aunque diversa en sus enfoques, sentó las bases para posteriores desarrollos teóricos y clínicos. En este epígrafe se revisan brevemente las aportaciones fundamentales de Sigmund Freud, Carl Gustav Jung y Pierre Janet, identificando aquellos elementos que permiten establecer analogías o contrastes con el modelo crimiátrico de la conciencia.
Freud: el aparato psíquico y la represión
Freud distinguió entre tres niveles de funcionamiento mental: inconsciente, preconsciente y consciente, dentro de un sistema dinámico fundado en la represión y el conflicto entre pulsiones. La conciencia no era en su teoría una entidad estática, sino una función superficial del aparato psíquico.
- El inconsciente freudiano alberga los contenidos reprimidos, deseos instintivos y pulsiones incompatibles con las normas morales o sociales.
- El preconsciente (análogo parcial de la subconsciencia en nuestro modelo) permite el paso de ciertos contenidos hacia la conciencia.
- La conciencia se convierte en el terreno del juicio, la percepción racional y el control, pero está constantemente amenazada por la irrupción del inconsciente.
— “Lo inconsciente es lo verdaderamente psíquico; su esencia nos es desconocida, pero sus manifestaciones nos permiten inferirlo”, (Sigmund Freud, El Yo y el Ello, 1923).
Este modelo dinámico y conflictivo constituye un antecedente directo de la propuesta crimiátrica en tanto que también considera que el daño o la desviación pueden incubarse en zonas profundas no conscientes del sujeto.
Jung: el inconsciente colectivo y la individuación
Carl Jung expandió el concepto de inconsciente freudiano, distinguiendo entre un inconsciente personal y un inconsciente colectivo, poblado por arquetipos universales que configuran las estructuras psíquicas más profundas.
- El proceso de individuación (equilibrio entre la conciencia y el inconsciente) es esencial para el desarrollo ético del individuo.
- La conciencia es una instancia que debe integrar el material inconsciente sin quedar dominada por él, evitando la «inflación» o la «disociación».
— “No se llega a la conciencia iluminando fantasmas, sino haciendo consciente la oscuridad.” (Carl G. Jung, Aion, 1951)
Este enfoque aporta a la crimiatría la idea de estructura simbólica profunda, donde el mal no siempre es producto de la voluntad, sino de una desintegración entre niveles psíquicos no reconocidos.
Janet: automatismos psicológicos y desintegración
Pierre Janet ofreció una de las primeras explicaciones clínicas de la disociación de la conciencia, describiendo cómo ciertos individuos presentan niveles inferiores de integración psíquica, generando automatismos mentales que escapan al control voluntario.
- El concepto de “nivel psicológico” (niveau mental) anticipa la idea de umbrales funcionales entre zonas conscientes y no conscientes.
- Janet observa que el debilitamiento de la función consciente no implica maldad o perversión, sino un deterioro estructural que puede derivar en conducta disociada o patológica.
— “La conciencia es la función que permite la síntesis de las operaciones mentales; cuando falla, surge el automatismo.” (Pierre Janet, L’évolution de la mémoire et de la notion du temps, 1928)
En la crimiatría, esta perspectiva puede vincularse con la zona subcrimiátrica, donde la voluntad no se ha consolidado, pero ya hay predisposición al daño.
Aportaciones fenomenológicas: Husserl, Sartre y Merleau-Ponty
La fenomenología, surgida como una corriente filosófica en reacción al psicologismo de finales del siglo XIX, propuso una comprensión radicalmente distinta de la conciencia. Frente a los modelos dinámicos y conflictivos de la psicología clásica, los fenomenólogos defendieron la intencionalidad como rasgo esencial de la conciencia: siempre está dirigida a algo. Esta concepción será de gran utilidad para la Crimiatría, al entender la dirección psicoética de la conciencia no como una consecuencia, sino como una estructura originaria de sentido.
Husserl: conciencia intencional y reducción fenomenológica
Edmund Husserl concibió la conciencia como un flujo intencional de vivencias (Erlebnisstrom), dirigido hacia objetos, valores o sentidos. No hay “conciencia vacía”: toda conciencia es siempre conciencia de algo.
- Introdujo el método de la reducción fenomenológica, que suspende los juicios sobre la realidad externa para centrarse en la experiencia pura.
- Su noción de «epoché» permite analizar los modos en que la conciencia se constituye como dadora de sentido.
— “Toda conciencia es conciencia de algo.” (Edmund Husserl, “Ideas relativas a una fenomenología pura”, 1913)
En el modelo crimiátrico, esta intencionalidad originaria puede ser asumida como base del vector direccional psicoético: toda energía de la conciencia se proyecta hacia el bien, el mal o la neutralidad, según su zona estructural y nivel de activación.
Sartre: libertad radical y conciencia vacía
Jean-Paul Sartre reinterpretó a Husserl desde una clave existencial, subrayando que la conciencia no tiene contenido propio: es pura negatividad, libertad absoluta y capacidad de negación.
- La conciencia no es una cosa, sino un acto: “un ser para-sí” que se opone al “ser en-sí” del mundo objetivo.
- Para Sartre, la conciencia moral no es impuesta desde fuera, sino construida por la elección y la responsabilidad del sujeto.
— “El hombre está condenado a ser libre.”(Jean–Paul Sartre, “El ser y la nada”, 1943)
Esta perspectiva dialoga con la zona crimiátrica: allí donde la libertad sin ética puede convertirse en daño activo. Pero también permite identificar al anacrimiónico como aquel sujeto que ha interiorizado su responsabilidad radical.
Merleau-Ponty: conciencia encarnada y ambigüedad
Maurice Merleau-Ponty, discípulo y crítico de Husserl, sostuvo que la conciencia no puede separarse del cuerpo: es una conciencia encarnada, situada en un mundo vivido (Lebenswelt).
- La percepción no es un reflejo pasivo, sino una estructura activa de sentido.
- Introduce la ambigüedad existencial como rasgo esencial del sujeto humano: ni completamente libre, ni completamente determinado.
— “El cuerpo es nuestra manera general de tener un mundo.” (Merleau–Ponty, “Fenomenología de la percepción”, 1945)
Este enfoque puede proyectarse en la crimiatría como fundamento para comprender la zona axiónica: un espacio de ambivalencia estructural, donde el sujeto aún no ha dirigido su energía hacia la crimia o la acrimia.
Neuropsicología contemporánea y el problema de la conciencia moral
La neuropsicología contemporánea ha puesto el foco en los correlatos neuronales de la conciencia, especialmente en lo que se refiere a la toma de decisiones, el juicio ético y la regulación emocional. Aunque su enfoque es empírico y basado en tecnologías como la resonancia magnética funcional, sus hallazgos permiten establecer analogías con la estructura psicoética propuesta por la Crimiatría.
Áreas cerebrales implicadas en el juicio moral
Numerosos estudios (Greene et al., 2001; Moll et al., 2002) han identificado regiones clave del cerebro implicadas en la evaluación moral:
- Corteza prefrontal ventromedial: relacionada con la toma de decisiones éticas y la integración emocional en la moralidad.
- Corteza cingulada anterior: implicada en la detección de conflicto entre emociones y normas.
- Amígdala: clave en la reactividad emocional ante situaciones moralmente relevantes.
- Corteza dorsolateral prefrontal: asociada al control racional, inhibición y evaluación de consecuencias.
Estas regiones podrían interpretarse en el modelo crimiátrico como correlatos de zonas donde se polariza la energía psicoética hacia lo constructivo o destructivo, especialmente en el paso de la subconsciencia a la consciencia.
Decisión moral y polarización
Los modelos duales de la neuroética distinguen entre procesos automáticos (emocionales) y deliberativos (racionales), lo que se relaciona con la tensión que el modelo crimiátrico ubica entre zonas como la subcrimiátrica (predisposición) y la crimiátrica (ejecución consciente del daño).
Greene (2007) sugiere que la conciencia moral es resultado de un equilibrio entre impulsos emocionales inmediatos y la reflexión racional posterior. Esta idea conecta con el modelo dinámico de crimiarización, donde la conciencia no es un estado estático, sino un campo de fuerzas con cargas éticas en conflicto.
Limitaciones del enfoque neuropsicológico
Pese a su valor explicativo, la neuropsicología tiende a reducir la conciencia a procesos mecanicistas, dejando fuera:
- La voluntad libre, sustituida por circuitos neuronales.
- El valor axiológico de las decisiones, interpretado solo en términos funcionales.
- La estructura ética profunda, sustituida por correlatos empíricos.
La Crimiatría propone complementar este enfoque con una visión axiopsicoética, que no niega lo neuronal, pero lo articula como soporte de una estructura más amplia, donde los conceptos de crimia, consciencia y carga psicoética son centrales para la comprensión del daño estructural.
Conciencia ética en la tradición teológica y filosófica
La conciencia, como instancia moral interna, ha sido objeto de reflexión constante en las tradiciones filosófica y teológica, mucho antes del surgimiento de la psicología y la neurociencia. Este legado constituye un trasfondo esencial para entender cualquier propuesta contemporánea sobre la estructura moral de la psique, incluida la crimiátrica.
De Sócrates a Tomás de Aquino: la conciencia como “voz interior”
Desde el pensamiento griego, la conciencia ha sido concebida como guía del obrar justo. Sócrates aludía a su daimon como una voz interior que le impedía obrar mal, mientras que en el estoicismo, especialmente en Marco Aurelio y Epicteto, aparece como razón rectora que evalúa el deber en conformidad con la naturaleza racional.
San Agustín y, más sistemáticamente, Tomás de Aquino, definen la conciencia (conscientia) como un acto del entendimiento práctico, que aplica principios universales (synderesis) a casos concretos. Tomás distingue entre:
- Synderesis: la tendencia natural al bien.
- Conscientia: el juicio que discierne lo correcto o incorrecto.
Este esquema es precursor directo del modelo axiopsicoético de la Crimiatría, donde se propone una estructura de zonas éticas internas con orientación, polaridad y umbrales diferenciales.
Kant y la autolegislación moral
Con Kant, la conciencia se eleva a categoría de imperativo racional: el deber no nace de las emociones, sino de la razón autónoma que se da a sí misma la ley. Esta conciencia es universal, formal y autoexigente, y se activa mediante el imperativo categórico.
Para la Crimiatría, esta noción kantiana permite identificar estructuras de responsabilidad interna, especialmente en los tipos acrimiátricos o anacrimiónicos, en los que la conciencia actúa con fuerza estructural ética.
Fenomenología moral y personalismo
Autores como Max Scheler, Gabriel Marcel o Emmanuel Mounier han concebido la conciencia como apertura a los valores, capacidad afectiva y moral de reconocimiento del otro. En esta línea, la conciencia no es solo racional o volitiva, sino también afectiva y relacional.
Esta perspectiva se alinea con el modelo crimiátrico al ubicar los tipos misticogénicos (orientados a lo trascendente) dentro de una conciencia abierta a valores superiores, incluso más allá de la ética deontológica.
Crítica posmoderna: deconstrucción de la conciencia moral
En contextos más recientes, desde Nietzsche hasta Foucault, se ha cuestionado la conciencia como instrumento de control social o producto de discursos normativos. Esta visión resalta la dimensión cultural y estructural del juicio moral, algo que la Crimiatría también reconoce al postular la influencia estructural del entorno en la polarización de la conciencia (zona subcrimiátrica o infracrimiátrica).
Limitaciones de los modelos previos ante la conducta antisocial
Los modelos clásicos de la conciencia –psicoanalíticos, fenomenológicos, neurocientíficos y ético-filosóficos– han contribuido enormemente a la comprensión de la subjetividad, la moralidad y los mecanismos mentales. Sin embargo, presentan limitaciones importantes cuando se trata de abordar de manera estructural y predictiva el fenómeno de la conducta antisocial. Desde la perspectiva de la Crimiatría, estas carencias se agrupan en tres planos fundamentales: la falta de un eje psicoético interno, la escasa operatividad diagnóstica y la omisión de una estructura energética preactiva del daño.
Ausencia de una teoría estructural del daño ético
Si bien el psicoanálisis y la fenomenología han descrito las tensiones internas entre el yo, el deber y el deseo, no han formalizado una estructura psicoética del daño como núcleo explicativo de la acción antisocial. La noción de “mal” suele ser moralizada, culturalmente relativa o atribuida a pulsiones no sistematizadas. El modelo crimiátrico propone, por el contrario, una arquitectura interna en la que la energía psicoética negativa se estructura, se activa y se ejecuta, lo cual permite pensar la conducta antisocial no solo como acto, sino como trayecto.
Insuficiencia diagnóstica para la prevención
Tanto los enfoques clínicos como los filosóficos son, en su mayoría, reactivos. Diagnostican después del acto, sin capacidad predictiva sobre el estado interno del sujeto. La crimiatría introduce la posibilidad de detectar zonas de riesgo (como la subcrimiátrica o la infracrimiátrica) antes de que la conducta antisocial se manifieste. Esto convierte la conciencia en un campo proyectivo susceptible de intervención clínica, educativa o jurídica.
Carencia de integración con una teoría del juicio y la voluntad
Finalmente, los modelos anteriores no articulan de manera plena el rol de la voluntad valorativa dentro del proceso consciente. Aunque se habla de libre albedrío o de juicio moral, rara vez se construye una secuencia estructural que relacione energía, predisposición y acto. El modelo crimiátrico lo hace a través del concepto de conciencia como núcleo direccional psicoético, integrando estructura, orientación energética y posibilidad de acción.
Fundamentos del modelo crimiátrico de la conciencia
Estructura tripartita: inconsciencia, subconsciencia y consciencia
La Crimiatría concibe la conciencia como una estructura dinámica de capas funcionales, en la que se alojan y organizan distintas formas de energía psicoética. Esta energía, entendida como impulso volitivo orientado al bien, al daño o aún no definido, se distribuye en tres niveles interrelacionados: inconsciencia, subconsciencia y consciencia. Cada uno de estos niveles representa una forma distinta de estructuración y disposición de la voluntad, no sólo como fenómeno psicológico, sino como potencial ético interno.
El modelo tripartito crimiátrico no es meramente descriptivo, sino funcional y diagnóstico: permite identificar el grado de polarización moral de la energía volitiva del sujeto, e intervenir según el estado en que esta se encuentre.
Inconsciencia: zona simbólica basal
La inconsciencia es el nivel más profundo de la estructura psicoética. No se define por la ausencia de percepción, sino por la falta de categorización moral: es una zona de preestructura, donde la energía volitiva no ha asumido todavía orientación ética alguna. Esta región contiene imágenes primarias, pulsiones y simbolismos no evaluados, que pueden posteriormente organizarse como cargas orientadas hacia el bien o hacia el daño, dependiendo del modo en que emerjan hacia zonas más conscientes.
Carl Gustav Jung (1959) reconocía que “lo inconsciente no es meramente lo que ha sido reprimido, sino lo que aún no ha emergido a la forma”, lo cual es coherente con esta perspectiva: no hay aún virtud ni antisocialidad, pero sí una potencia psíquica indiferenciada que puede evolucionar hacia una u otra dirección.
La inconsciencia, desde el enfoque crimiátrico, debe ser entendida como la matriz simbólica donde comienza a formarse la identidad volitiva, y donde el sujeto no es aún éticamente responsable, pero sí estructuralmente influenciable. Esta dimensión, si bien no diagnóstica por sí sola, es esencial en la antropología del daño.
Subconsciencia: sede de cargas psicoéticas latentes
La subconsciencia ocupa una posición intermedia en la estructura de la conciencia. Es aquí donde la energía psicoética, aún no desplegada como conducta, se encuentra ya estructurada como disposición. A diferencia de la inconsciencia, en la subconsciencia la energía ya ha tomado una forma interna, aunque todavía no se ha expresado en actos observables.
Desde el enfoque crimiátrico, en la subconsciencia encontramos tres grandes tipos de energía:
- Energía psicoética positiva latente, que predispone hacia el bien o la virtud;
- Energía psicoética negativa latente, que configura internamente una predisposición al daño;
- Energía psicoética neutra, que aún no se ha polarizado y permanece disponible para orientación futura.
Esta capa es fundamental para la detección temprana de las estructuras de riesgo psicoético. Sigmund Freud (1923) afirmaba que el inconsciente “se estructura como un lenguaje”; en este modelo, la subconsciencia se estructura como una carga ética predisponente, accesible mediante diagnóstico proyectivo o análisis estructural de la conducta no manifiesta.
Desde el punto de vista preventivo, es la zona prioritaria de intervención: aquí el daño todavía puede reorientarse, y la virtud puede ser estimulada antes de su cristalización. La energía psicoética latente, ya sea positiva o negativa, puede influir decisivamente en la conducta futura si no es reconocida, modulada o sublimada a tiempo.
Consciencia: activación perceptiva y volitiva
La consciencia es el nivel operativo de la voluntad. Aquí se despliega activamente la energía psicoética, convirtiéndose en acto o en intención explícita. Es la región de la deliberación, del juicio y de la dirección final del sujeto. Sin embargo, la consciencia en sí misma no es garantía de orientación ética: un sujeto puede ser plenamente consciente de sus actos y, sin embargo, obrar orientado al daño.
Viktor Frankl (1946) lo expresó con claridad: “el hombre no es libre de las condiciones, pero es libre para tomar una postura frente a ellas”. Es decir, la consciencia no crea la polaridad moral, pero la ejecuta.
En este nivel, la energía psicoética ya ha superado la fase latente. Si es positiva, se manifestará en forma de conducta virtuosa o coherente; si es negativa, podrá adoptar forma de crimia —es decir, de conducta antisocial estructurada—; y si es neutra, tenderá a polarizarse según influencias internas o externas.
La consciencia es, por tanto, el espacio donde la energía volitiva se convierte en decisión, y donde se hace plenamente visible la estructura ética del sujeto.
La conciencia como instancia volitiva y valorativa
En el marco crimiátrico, la conciencia no se limita a una función perceptiva o cognitiva. Se define fundamentalmente como una instancia estructural de juicio y dirección, desde la cual el sujeto elige, afirma o rechaza el bien o el daño. Es aquí donde se actualiza la orientación ética de la energía psicoética, y donde se manifiesta la voluntad en sentido pleno.
Este enfoque transforma radicalmente el paradigma tradicional: la conciencia no es solo el lugar donde se da la experiencia del yo o la reflexión sobre lo vivido, sino el centro operativo de la responsabilidad estructural del sujeto. La conciencia, así entendida, no simplemente «sabe», sino que decide con respecto al valor.
Voluntad y carga: dirección de la energía psicoética
La voluntad no es aquí una facultad aislada, sino una forma de activación y direccionamiento de la energía interior del sujeto. La conciencia opera como filtro, catalizador o intensificador de esa energía, permitiendo que una carga latente se concrete en acto.
Cuando dicha energía es positiva, la conciencia puede actualizarla como virtud, coherencia o acto ético. Cuando es negativa, y no es contenida o redirigida, puede transformarse en daño estructurado. Y cuando es neutra, será la conciencia quien determine —según estructura, entorno y libertad— su polarización final.
Como afirma Edith Stein (2006), “la conciencia no solo constata la inclinación, sino que la evalúa y le da forma moral”. Es este juicio interior el que convierte a la conciencia en el eje rector de la estructura psicoética.
La conciencia como sede del juicio axiológico
La conciencia es la única instancia capaz de traducir la energía interior en significado ético. En ella se activa la facultad del juicio, que no se limita a lo racional, sino que articula lo ético, lo simbólico y lo estructural.
Este juicio no es meramente declarativo, sino transformador: lo que la conciencia evalúa, reconfigura la identidad del sujeto. Michel Foucault (1982) lo anticipaba al afirmar que la conciencia “es también el lugar donde el sujeto se constituye como agente moral”.
En el modelo crimiátrico, esta dimensión es decisiva: la conciencia no sólo observa el daño o la virtud, sino que decide su realización o contención. Por ello, la conciencia no es solo operativa: es constructiva de la acción moral.
Libertad, estructura y responsabilidad
Una conciencia libre no significa una conciencia sin estructura. El sujeto puede ser estructuralmente predispuesto al daño o al bien, pero siempre conserva un margen de dirección consciente, un núcleo de decisión. Ese es el lugar operativo de la libertad, y también de la responsabilidad.
Por eso, desde la Crimiatría, no se juzga únicamente la conducta visible, sino la estructura ética que permite o impide que esa conducta emerja. La conciencia es, en este sentido, el espacio donde la responsabilidad toma forma, y donde la libertad encuentra sus límites éticos.
El sujeto antisocial no es simplemente alguien que actúa mal: es alguien cuya conciencia ha ejecutado una energía negativa latente que pudo haber sido redirigida. Por tanto, todo análisis criminológico serio —y toda prevención efectiva— debe empezar no por el acto, sino por el estudio de la conciencia que lo permitió o lo evitó.
Distinción conceptual entre consciencia y conciencia
En el marco crimiátrico, resulta metodológicamente necesario distinguir entre los términos consciencia y conciencia, cuya sinonimia aparente en el uso coloquial puede inducir a error analítico.
Consciencia se refiere al estado de activación cognitiva o perceptiva: estar despierto, atento, lúcido. Esta dimensión es funcionalmente relevante, pero no implica dirección ética. Un sujeto puede estar plenamente consciente de sus actos sin que estos estén orientados por valores.
Por su parte, conciencia, en sentido técnico y estructural, alude a la instancia valorativa, es decir, a la capacidad del sujeto de discernir el bien del mal y decidir en consecuencia. Es aquí donde la Crimiatría sitúa el núcleo volitivo que activa, reprime o transforma la energía psicoética.
Como señala José Luis Aranguren (1969), “la conciencia moral no es conocimiento, es decisión”. Esta afirmación sustenta la posición crimiátrica: la conciencia es una función estructural que dirige, no simplemente observa.
Por tanto, todo análisis que pretenda abordar la predisposición al daño o a la virtud debe fundamentarse no en la presencia o ausencia de consciencia (estado funcional), sino en la estructura operativa de la conciencia (valorativa).
El rol de la conciencia en la activación de la crimia
La crimia, entendida como conducta antisocial estructurada, no emerge de forma súbita ni autónoma. Es el resultado de un proceso de configuración interna de energía psicoética negativa, que atraviesa las distintas capas de la conciencia hasta que, finalmente, se ejecuta como acto. En este tránsito, la conciencia desempeña un papel decisivo: es el espacio donde esa energía es deliberada, asumida y transformada en acción.
Desde la Crimiatría, la conciencia no solo constata o contempla la disposición al daño: la activa, la permite o la impide. Es, por tanto, la frontera entre estructura y manifestación, entre la predisposición y la conducta visible.
De la latencia a la ejecución
Las cargas psicoéticas negativas latentes —aquellas que se organizan en la subconsciencia— pueden permanecer en estado inactivo durante largos periodos. No obstante, cuando estas energías atraviesan el umbral de la consciencia sin una contención ética sólida, pueden ser convertidas en conducta antisocial por decisión activa de la conciencia.
Este paso de la latencia a la ejecución es donde se revela la dimensión volitiva del sujeto. Tal como indica Charles Taylor (1985), “la persona moral no solo reconoce razones, sino que se identifica con ellas, las hace suyas”. En el caso de la crimia, esta identificación se produce no con razones morales, sino con estructuras internas disfuncionales que han sido asumidas como válidas.
Formas de activación: consciente, racionalizada, delegada
La conciencia puede activar la crimia de distintas formas:
- Conscientemente, cuando el sujeto reconoce el daño y lo ejecuta deliberadamente.
- Racionalizadamente, cuando lo justifica desde una lógica distorsionada (por ideología, autojustificación o creencias desviadas).
- Delegadamente, cuando se desliga del juicio ético trasladando la responsabilidad a sistemas externos (autoridad, grupo, mandato).
En todos estos casos, la conciencia ha dejado de contener la carga negativa y ha pasado a facilitar su manifestación. Esta es la diferencia esencial entre predisposición estructural y acto ejecutado: la conciencia opera como pasarela volitiva.
El fracaso de la conciencia como función ética
Cuando la conciencia, en lugar de orientar la voluntad hacia el bien, se pliega ante la carga negativa, se produce una ruptura de su función ética estructural. Ya no actúa como criterio ni como contención, sino como mecanismo de autorización del daño.
Este fenómeno no equivale a ausencia de conciencia, sino a una alteración de su rol formativo, lo que en el marco crimiátrico puede dar lugar a tipos caracterológicos como el axiocrimiátrico (cuando el daño se justifica dentro de un sistema de valores desviados) o el etocrimiátrico (cuando se normaliza dentro de un entorno que ha perdido sus referentes morales).
La conciencia, así, no solo decide el acto: define el tipo estructural del sujeto.
Interacción entre niveles y dinámica estructural
La conciencia no funciona como una estructura estática ni compartimentada. Muy por el contrario, sus niveles —inconsciencia, subconsciencia y consciencia— se relacionan en un flujo dinámico, donde la energía psicoética circula, se transforma y adquiere progresivamente estructura volitiva. Esta interacción es la base sobre la que se configura la conducta, y por tanto, su comprensión es clave tanto para el diagnóstico como para la prevención de la crimia.
Flujo ascendente: de lo simbólico a lo deliberado
La dinámica fundamental del modelo crimiátrico es ascendente. La energía que habita en la inconsciencia como potencial simbólico no polarizado asciende hacia la subconsciencia, donde toma forma estructurada —positiva, negativa o neutra—, para luego alcanzar la consciencia como instancia de juicio y activación.
Este movimiento no es necesariamente lineal ni automático. La conciencia puede interrumpir, redirigir o intensificar el tránsito, dependiendo de su madurez ética y de las condiciones estructurales del sujeto.
Como sugiere Bernard Lonergan (1957), la conciencia no solo responde a contenidos, sino que los integra dentro de un horizonte operativo; y ese horizonte puede actuar como filtro, como amplificador o como punto de fractura.
Retroalimentación estructural
No todo flujo es unidireccional. Las decisiones tomadas en la consciencia, especialmente si se repiten, pueden retroalimentar la subconsciencia, reforzando una estructura determinada. Una elección antisocial reiterada puede consolidar una carga negativa latente, haciendo que futuras decisiones se polaricen más fácilmente hacia el daño.
De igual modo, actos éticos constantes pueden nutrir la subconsciencia con energía positiva, haciendo que la estructura acrimiátrica del sujeto se fortalezca.
Este proceso de retroalimentación es lo que permite hablar de construcción progresiva de la identidad psicoética: el sujeto no solo actúa desde lo que es, sino que va siendo en función de lo que decide.
Interferencia, represión y desplazamiento
En ciertos casos, el flujo entre niveles puede verse alterado. Cargas negativas latentes que no llegan a ser procesadas éticamente pueden ser reprimidas (y manifestarse en forma de síntomas), desplazadas (hacia otras áreas de la conducta), o incluso interferidas por factores externos como trauma, ideología o presión social.
Esta interferencia puede provocar que la consciencia actúe sin referencia clara a la estructura energética de base, generando sujetos moralmente ambivalentes, que fluctúan entre el bien y el daño sin criterio estable.
Desde el enfoque crimiátrico, este tipo de sujetos requieren exploración profunda de los niveles inferiores de conciencia, pues muchas veces el problema no es volitivo, sino estructural: la energía psicoética está distorsionada antes de que se active la voluntad.
Mapa estructural de riesgo
La comprensión de esta dinámica permite construir mapas funcionales del riesgo psicoético. Según la energía que predomine en la subconsciencia, y según la dirección que la conciencia asuma frente a ella, puede diagnosticarse el tipo de polarización del sujeto, anticipando así su disposición hacia la virtud o la conducta antisocial.
Estos mapas no son deterministas, pero sí altamente orientativos. La energía puede cambiar, pero solo si es reconocida y redirigida; la conciencia puede fortalecerse, pero solo si se educa y se estructura.
Por eso, la interacción entre niveles no es sólo un proceso diagnóstico, sino un campo prioritario de intervención clínica, pedagógica o preventiva.
Zonas axiológicas dentro de la conciencia crimiátrica
Zona acrimiátrica: coherencia, inmunidad y virtud psicoética
La zona acrimiátrica constituye el polo superior del modelo crimiátrico de la conciencia, y se define como el espacio estructural en el que se sedimenta la energía psicoética positiva, es decir, aquella orientada hacia la armonía moral, la inhibición natural del daño, y la inclinación activa hacia el bien. Esta zona no debe confundirse con un mero estado de neutralidad o ausencia de mal (como el caso del axiónico), sino que representa una condición de virtud estructural, en la que la acción ética no requiere compulsión externa, ni se encuentra en lucha con tendencias contrarias. Aquí la conciencia opera con libertad y claridad, asumiendo su papel como órgano de orientación moral.
Desde un punto de vista dinámico, esta zona se manifiesta en individuos cuya configuración psicoética les permite sostener patrones de coherencia interna entre pensamiento, emoción y acción, enmarcados dentro de una perspectiva axiológica estable. Es decir, no se trata sólo de evitar la conducta antisocial (crimia), sino de actuar desde una voluntad ética no forzada, como señala Viktor Frankl al hablar de la responsabilidad como expresión suprema de la libertad interior (Frankl, 2004).
Esta zona puede subdividirse en tres dimensiones funcionales:
- Coherencia interna: equilibrio entre las distintas capas de la conciencia (inconsciente, subconsciente y consciente) en función de valores éticos asumidos como propios. Aquí se sitúan sujetos que no presentan ambivalencias relevantes entre lo que piensan, sienten y hacen, especialmente ante dilemas morales.
- Inmunidad estructural al daño: entendida como una forma de resistencia natural frente a impulsos crimiátricos o tentaciones antisociales. Esta inmunidad no depende de represión ni de miedo a la norma, sino de una configuración que no genera respuesta crimiátrica ni en latencia.
- Virtud activa: en esta dimensión, el individuo no solo evita el mal, sino que se orienta positivamente hacia la acción moral. En el lenguaje del modelo, aquí encontramos las cargas acrimiónicas activas, cuya estructura favorece la emergencia de conductas altruistas, solidarias o de elevada conciencia social, sin necesidad de motivaciones extrínsecas.
Entre los tipos caracterológicos vinculados a esta zona destacan:
- El anacrimiónico oncico, cuya orientación es esencialmente ética, marcada por el compromiso activo con el bien común y la justicia.
- El anacrimiónico misticogénico, cuya motivación se enraíza en una trascendencia espiritual, filosófica o religiosa, configurando una ética interiorizada desde el sentido último de la existencia.
- El acrimiónico pasivo, que aunque no activa de modo voluntario una misión ética, permanece dentro del marco de la inmunidad psicoética positiva, sin tendencia a la crimia.
La zona acrimiátrica, en suma, no representa un ideal inalcanzable, sino una posibilidad estructural observable en sujetos reales. Su estudio permite proyectar no solo diagnósticos, sino también programas de educación ética preventiva que fortalezcan estos núcleos de virtud en poblaciones vulnerables.
— «La bondad es una cualidad del alma en equilibrio, no del acto forzado.»(Iris Murdoch, 1970)
Zona axiónica: estado neutro, potencialidad sin dirección
La zona axiónica se ubica estructuralmente entre la zona acrimiátrica y las zonas crimiátricas inferiores. Su principal característica es la neutralidad psicoética, en la que no se constata ni la activación estructural del daño ni una tendencia consolidada hacia el bien. Se trata de un espacio de potencialidad indeterminada, donde la carga psicoética aún no se ha polarizado ni negativa ni positivamente. En términos operativos, es el punto de inflexión desde el cual puede surgir tanto la acción virtuosa como la inclinación crimiátrica, dependiendo de factores internos y estímulos contextuales.
Energía psicoética indiferenciada
En esta zona predomina una energía psicoética de tipo latente, que no se expresa todavía en términos de decisión ética o antisocial. Es una forma de carga neutra, donde no existe intencionalidad ni hacia el bien ni hacia el daño, y donde los valores aún no han sido integrados como estructura. Este estado recuerda, en parte, el concepto de tabula rasa o mente no moldeada, pero con la particularidad de que la neutralidad no implica ausencia de capacidad ética, sino ausencia de dirección estructural.
Estado de apertura polar
El sujeto axiónico se encuentra en un estado de apertura a la polarización, lo que significa que su dirección axiológica puede definirse en función de:
- La influencia del entorno familiar, educativo o cultural.
- Procesos reflexivos que modelen su sistema de valores.
- Eventos traumáticos o fortalecedores que reestructuren su configuración interior.
Este sujeto, por tanto, puede evolucionar hacia estados acrimiátricos si se le ofrecen condiciones formativas favorables, o bien hacia zonas infracrimiátricas si es sometido a contextos hostiles o desestructurantes.
Tipología y riesgo de deriva
Desde una perspectiva diagnóstica, la zona axiónica implica riesgo de deriva, es decir, un tipo de vulnerabilidad estructural por la indefinición axiopsicoética. No hay daño todavía, pero sí una alta permeabilidad ante fuerzas externas. De ahí la importancia de intervenir en esta etapa con acciones preventivas, educativas o terapéuticas que orienten esta energía hacia estructuras psicoéticas estables.
El tipo axiónico, dentro de la clasificación de la Crimiatría, corresponde a:
- Sujetos sin polarización clara.
- Individuos que muestran incoherencia estructural entre pensamiento y acción, pero no por desvío, sino por indeterminación interna.
- Personas que no presentan indicadores crimiátricos evidentes, pero tampoco estructuras de contención ética sólidas.
Función epigenética de esta zona
Finalmente, es importante señalar que la zona axiónica tiene una función estructural clave dentro del modelo crimiátrico: representa la etapa formativa de la conciencia, tanto en sentido cronológico (niñez, adolescencia) como estructural (momentos de redefinición axiológica en adultos). Es una zona de paso, pero no por ello irrelevante: en ella se gesta la dirección futura de la psicoética individual.
— “No hay virtud ni crimen donde la conciencia aún no ha despertado al juicio.”(Paul Ricoeur, 1990)
Zona infracrimiátrica: racionalización, daño débil o pasivo
La zona infracrimiátrica representa un estadio intermedio entre la neutralidad axiónica y la subcrimiátrica activa. Aquí ya no estamos ante una carga psicoética neutra, sino ante una inclinación inicial hacia el daño, muchas veces justificada o disimulada a través de mecanismos racionales, emocionales o ideológicos. En este espacio estructural comienza a perfilarse lo que en Crimiatría se denomina crimia pasiva o débil, caracterizada por la no-intervención ante el daño, la colaboración indirecta, o la omisión significativa ante situaciones lesivas.
El discurso del autoengaño: racionalización y desresponsabilización
Uno de los principales rasgos de esta zona es la racionalización de la conducta antisocial leve. A diferencia de la zona crimiátrica, donde el sujeto reconoce (y en ocasiones asume) su voluntad dañina, en la zona infracrimiátrica el individuo se autoexculpa, minimiza o incluso convierte en legítima su pasividad o colaboración indirecta.
Ejemplos típicos pueden encontrarse en:
- El sujeto que observa un acoso y no actúa por «no meterse en problemas».
- La justificación de pequeñas corruptelas como «algo que todos hacen».
- El profesional que se desentiende de los efectos de sus decisiones, por considerar que «no es su competencia».
Estas formas de conducta no siempre son tipificables jurídicamente, pero sí tienen relevancia psicoética y criminogénica.
— “El mal banal comienza con la normalización de la indiferencia.”(Hannah Arendt, 1963)
Predisposición latente al daño estructural
En la zona infracrimiátrica, la energía psicoética ya no es neutra, sino que se encuentra en una fase de declive hacia la subcrimia. A nivel estructural, esto puede observarse en:
- La falta de empatía funcional.
- El uso instrumental de los demás.
- La subordinación del juicio ético a intereses personales o grupales.
Es lo que algunos autores, como Zimbardo (2007), han llamado desconexión moral progresiva, donde el sujeto comienza a disociar su identidad del impacto de sus actos o de su omisión.
Tipos infracrimiátricos: moralidad ambigua
El tipo infracrimiátrico, tal como lo propone este modelo, corresponde a perfiles que:
- No actúan por impulso destructivo directo, pero sí permiten el daño por omisión, silencio o beneficio propio.
- Pueden presentar una ética adaptativa, donde el valor moral se subordina al contexto o a la conveniencia.
- A menudo se escudan en normas laxas o en jerarquías para diluir su responsabilidad.
Desde el punto de vista clínico, son sujetos que requieren intervenciones orientadas a despertar la conciencia crítica y la sensibilidad ante el daño ajeno, lo que supone una tarea de reintegración axiológica.
Transición crítica hacia zonas inferiores
Una característica importante de esta zona es que es altamente inestable. Puede permanecer durante años como un estado estructural de “comodidad ética” o, por el contrario, derivar hacia zonas más profundas del daño (subcrimiátrica o crimiátrica), en función de:
- Refuerzos del entorno (grupales, ideológicos, institucionales).
- Procesos de frustración acumulada.
- Pérdida progresiva de autoconciencia ética.
Esta zona es especialmente relevante en profesiones de poder, gestión o autoridad, donde la decisión de no actuar puede convertirse, en sí misma, en una forma de crimia pasiva pero estructuralmente dañina.
Zona subcrimiátrica: predisposición al daño, aún no ejecutado
La zona subcrimiátrica representa uno de los espacios más críticos del modelo crimiátrico, pues aquí se manifiesta ya una orientación estructural de la energía psicoética hacia el daño, aunque este aún no se haya ejecutado. No estamos ante un simple descuido moral o una racionalización ambigua —como en la zona infracrimiátrica—, sino ante una predisposición concreta, polarizada y acumulativa. Es en esta fase donde el sujeto alberga y madura intenciones antisociales que, si bien todavía no se traducen en actos, configuran el escenario estructural necesario para la futura ejecución de la crimia.
En términos energéticos, la carga psicoética aquí es ya negativa latente. Existe una activación interna que no ha superado aún el umbral de la acción, pero que desequilibra la estructura axiológica del sujeto, haciéndola vulnerable a estímulos desencadenantes.
La voluntad del daño en esta zona se experimenta como posibilidad, deseo, impulso retenido o incluso fascinación con el acto lesivo. El sujeto puede convivir con pensamientos, fantasías o justificaciones elaboradas sobre el daño, sin aún romper el límite de la ejecución. Esta zona puede reconocerse en perfiles como:
- El acosador que planea su estrategia pero no ha atacado.
- El corrupto que espera el momento adecuado para beneficiarse.
- El agresor que reprime su impulso, pero se expone reiteradamente a contextos donde sabe que podría actuar.
Desde un punto de vista clínico, esta zona es de alto valor predictivo, ya que permite detectar estructuras configuradas para el daño, aun cuando la conducta observable sea aparentemente inocua o contenida. La conciencia del sujeto en esta zona suele oscilar entre la lucha interna (resistencia ética) y la rendición progresiva al impulso destructivo.
Además, esta zona tiene una fuerte vinculación con el entorno, no sólo como estímulo, sino como espacio de legitimación o de contención. Un entorno con alta permisividad o con refuerzos antisociales puede catalizar la transición de la subcrimia a la crimia manifiesta.
Desde la perspectiva del modelo, el sujeto subcrimiátrico ya no es neutro, ni ambiguo, ni simplemente pasivo: es una estructura cargada y predispuesta, aunque el daño aún no haya sido materializado. En este sentido, la intervención en este punto resulta crucial, pues aún es posible trabajar desde la reorientación de la carga psicoética, la reconfiguración volitiva y la restitución del juicio axiológico.
Autores como Beccaria, al hablar de la prevención, o como Bandura, en su teoría de la desinhibición moral, apuntan indirectamente a estos estados pre-delictivos en los que el sujeto está aún en umbral de decisión, pero ya cargado estructuralmente hacia el crimen.
— «La peor violencia no siempre es la que se ejecuta, sino la que se gesta en silencio y se alberga como posibilidad aceptable.” (Proposición axiocrimiátrica)
La zona subcrimiátrica, por tanto, no debe ser confundida con el mero deseo ni con la psicopatía activa: se trata de una predisposición estructurada, orientada hacia el daño, con alto riesgo de concreción y que, por ello, debe considerarse clínicamente como un punto de intervención anticipada en el paradigma crimiátrico.
Zona crimiátrica: ejecución estructural del daño antisocial
Definición y características estructurales de la zona crimiátrica
La zona crimiátrica representa el núcleo más profundo y comprometido de la conciencia antisocial. Se caracteriza por la consolidación de una voluntad activa hacia el daño, no como impulso pasajero o tendencia latente, sino como estructura deliberada y mantenida. A diferencia de las zonas subcrimiátricas o infracrimiátricas, donde aún hay espacio para inhibición, ambivalencia o sublimación, la zona crimiátrica manifiesta una integración plena entre deseo, juicio y acción destructiva.
Desde el punto de vista estructural, esta zona corresponde al estadio más avanzado de deterioro axiopsicoético: el sujeto no solo ha perdido la capacidad de juicio ético, sino que ha sustituido dicha función por una racionalidad instrumental orientada al perjuicio ajeno. La conciencia ya no funciona como inhibidora, sino como legitimadora del acto antisocial. La crimia, en este contexto, se convierte en conducta estructurada, ejecutada con convicción, persistencia o cálculo.
— «El mal que se elige libremente, sostenidamente y sin conflicto interno, es siempre una expresión de estructura psicoética consolidada» (Ricoeur, 1990, Oneself as Another).
La voluntad del daño y la conciencia ejecutora
En esta fase, la voluntad se ha estructurado como ejecutora del daño, lo que implica que ya no hay una tensión entre conciencia moral y pulsión: el sujeto ha resuelto dicha tensión integrando el daño como finalidad legítima o deseada. La conciencia, lejos de rechazar el acto antisocial, lo ampara mediante discursos internos de justificación, superioridad o desafección afectiva. Es aquí donde la conciencia crimiátrica se configura como instancia activa, no inhibidora, sino operativa.
La voluntad no se limita a actuar por reacción, sino que puede planear, manipular, dominar o incluso disfrutar del daño causado. Desde esta perspectiva, se manifiestan patrones de conducta persistente, que en algunos casos derivan en perfiles psicopáticos, antisociales o incluso nihilistas. El sujeto no se considera en conflicto: actúa con pleno acuerdo interno, lo que refuerza la peligrosidad social de esta estructura.
Implicaciones clínicas y criminológicas del daño estructurado
La detección de estructuras crimiátricas en sujetos requiere una aproximación diagnóstica que supere los criterios tradicionales centrados en la conducta observable. Es necesario un análisis estructural que identifique patrones volitivos, mecanismos de racionalización, y sobre todo la capacidad del sujeto para integrar el daño como parte de su identidad funcional.
Desde la Criminología de la Conducta Antisocial, esta zona es crítica no solo por la manifestación de la conducta, sino por su impenetrabilidad terapéutica y educativa si no se abordan las estructuras subyacentes. La prevención, en este caso, debe centrarse en niveles anteriores (subcrimiátricos o infracrimiátricos), pues una vez estructurada la voluntad del daño, las posibilidades de reversión se reducen significativamente.
Además, se propone aquí distinguir entre crimia episódica (impulsiva o reactiva) y crimia estructurada (crimiátrica), siendo esta última el verdadero objeto de atención en el modelo clínico-crimiátrico.
Tabla de correspondencias: niveles + zonas + función
Para una comprensión estructural del modelo crimiátrico, es indispensable articular los tres niveles psicoéticos (inconsciencia, subconsciencia, conciencia) con las cinco zonas axiológicas (acrimiónica, axiónica, infracrimiátrica, subcrimiátrica, crimiátrica). Esta relación permite observar cómo fluye la energía psicoética y en qué punto puede emerger o inhibirse la crimia, es decir, la manifestación antisocial desde el punto de vista clínico-axiológico.
Nivel Psicoético | Zona Crimiátrica | Energía Psicoética Dominante | Función o Estado Psicoético Principal |
Inconsciencia | Acrimiátrica | Virtud latente / inmunidad natural | Potencial de coherencia moral no deliberada |
Inconsciencia | Axiónica | Neutra / no polarizada | Estado basal indiferenciado (sin impulso hacia el daño ni hacia el bien) |
Inconsciencia | Infracrimiátrica | Debilitada / ambigua | Racionalización instintiva del daño leve no ejecutado |
Subconsciencia | Acrimiátrica | Virtud internalizada | Formación ética en proceso; hábitos de inhibición del daño |
Subconsciencia | Axiónica | Neutra influenciable | Apertura a la polarización, según entorno o reforzamiento |
Subconsciencia | Subcrimiátrica | Negativa latente | Predisposición al daño aún no manifestada |
Subconsciencia | Infracrimiátrica | Oscilante | Lucha interna entre pulsiones sociales y antisociales |
Consciencia | Acrimiátrica | Positiva activa | Anacrimiónico (Oncico / Misticogénico): voluntad dirigida al bien |
Consciencia | Axiónica | Neutra inestable | Estado de ambivalencia ética o pasividad moral |
Consciencia | Crimiátrica | Negativa activa | Ejecución estructurada de la conducta antisocial |
Consciencia | Subcrimiátrica | Negativa estructural incipiente | Carga psicoética negativa activa en fase preejecutiva |
Consciencia | Infracrimiátrica | Negativa racionalizada | Daño justificado o trivializado por el sujeto |
- Observaciones clave:
- La zona acrimiátrica puede manifestarse en los tres niveles, pero su forma más consolidada se halla en la conciencia, donde actúa como voluntad activa del bien.
- La zona axiónica no representa neutralidad ética “pura”, sino más bien una posición no polarizada que puede ser influida por factores externos o decisiones internas.
- La zona subcrimiátrica es crucial para la prevención clínica: es donde se detectan los primeros signos estructurales de una posible conducta antisocial.
- La crimiación no es solo el acto, sino la estructura funcional que sostiene su ejecución consciente, motivo por el cual el diagnóstico debe abarcar también el estado previo del sujeto.
Tipologías caracterológicas según la carga psicoética
Fundamento crimiátrico de los tipos: cargas como estructura
La tipología caracterológica que propone el modelo crimiátrico no se basa en rasgos temperamentales tradicionales ni en factores exclusivamente sociológicos o biográficos, sino en la naturaleza estructural de la energía psicoética interna del sujeto, que puede conceptualizarse como carga. Esta carga no debe entenderse en términos exclusivamente físicos o emocionales, sino como una energía valorativa condensada, que configura la disposición del individuo frente al bien y al daño.
La carga psicoética puede ser:
- Positiva, cuando favorece la coherencia, la virtud y la orientación al bien.
- Neutra (axiónica), cuando no posee polaridad definida, pero puede activarse en cualquier dirección.
- Negativa latente, cuando sugiere una predisposición al daño aún no estructurada.
- Negativa activa, cuando se ha cristalizado como voluntad hacia el daño antisocial.
Este enfoque implica que cada sujeto porta una configuración de carga psicoética que estructura su conciencia, polariza su voluntad y, en última instancia, influye en su comportamiento. Las tipologías que se derivan de esta estructura no son meramente descriptivas, sino estructurales, ya que se enraízan en el modo en que la energía psicoética se distribuye y se activa en las distintas zonas axiológicas de la conciencia.
Cargas como criterio clasificatorio
Frente a otros modelos de personalidad o psicopatología, que se centran en síntomas o conductas, la Crimiatría propone un modelo etiológico-interno, que permite prever y comprender la evolución del sujeto a partir de su carga estructural. Esta perspectiva reconoce la existencia de sujetos psicoéticamente estables (acrimiónicos), otros en estado de polarización abierta (axiónicos), y otros cuya carga se ha descompensado hacia formas infraéticas o claramente crimiátricas.
- Principio crimiátrico de congruencia estructural: “El alma no actúa desde lo que hace, sino desde lo que ha llegado a ser en su configuración ética.”
Carga, dirección y conciencia
Toda carga —sea positiva, neutra o negativa— requiere de un campo de dirección y decisión, que reside en la conciencia como núcleo ético. Así, el sujeto no es solo portador de una energía, sino actor en su administración o desviación. La clasificación que se establece en los apartados siguientes responderá, por tanto, a una doble dimensión:
- El tipo de carga predominante (acrimiónica, axiónica, crimiátrica, etc.)
- La dirección volitiva asumida o inhibida por la conciencia
De esta matriz surgirán tipos como el anacrimiónico activo, el misticogénico, el axiónico polarizado, el infracrimiónico debilitado, o el crimiátrico ejecutado, que serán tratados individualmente en los epígrafes siguientes.
Acrimiónico pasivo y anacrimiónico activo
En la topología estructural de la conciencia crimiátrica, los sujetos que no manifiestan predisposición al daño ni presentan disociación axiológica pueden clasificarse dentro de las estructuras acrimiónicas, es decir, aquellas carentes de crimia en su configuración. No obstante, esta carencia no es homogénea ni unívoca: existen diferencias relevantes entre quienes mantienen dicha inmunidad como una disposición pasiva y quienes, aun compartiendo esa inmunidad, se movilizan activamente hacia el bien o el cuidado del otro.
Esta distinción permite introducir dos tipologías fundamentales en la polaridad positiva del modelo:
Acrimiónico pasivo: inmunidad sin dirección
El sujeto acrimiónico pasivo se caracteriza por una ausencia de carga psicoética negativa, sin que exista, necesariamente, una intencionalidad estructurada hacia la acción ética. Es decir, no daña ni se predispone al daño, pero tampoco obra deliberadamente en favor del bien. Se trata de una estructura estable, relativamente indiferente en lo axiológico, pero no por eso neutra o ambigua. Su conciencia funciona en términos de coherencia interna, pero no activa mecanismos de influencia o intervención.
Este tipo suele corresponder a personas cuya vida moral transcurre en un plano de equilibrio no reflexivo, en el que la virtud no se problematiza ni se busca activamente, sino que se mantiene como inercia existencial. En contextos de presión o conflicto ético, pueden mantenerse estables, aunque no necesariamente actúan como agentes transformadores del entorno.
—Axioma crimiátrico sobre la pasividad ética: “La paz no es la virtud de los que luchan, sino la ausencia de tensión en los que no se preguntan por el mal.”
Anacrimiónico activo: inmunidad con impulso ético
En contraste, el anacrimiónico activo representa el sujeto cuya configuración axiológica no solo carece de crimia, sino que además posee una carga psicoética positiva estructurada hacia la acción ética. Este tipo actúa con conciencia volitiva del bien, desarrolla mecanismos de autocorrección, compasión y proyección prosocial, y puede incluso ejercer una influencia reparadora en otros sujetos de carga ambigua o negativa.
El anacrimiónico activo no es un sujeto ingenuo ni meramente virtuoso, sino una estructura ética deliberada y orientada. Suele derivar en formas específicas según su orientación predominante, como veremos en los subtipos oncico (ética racional-axiológica) y misticogénico (ética trascendental o espiritual). Ambos subtipos expresan, en diferentes grados, la sublimación de la carga positiva hacia modos de vida estructuralmente éticos.
- Principio anacrimiónico de responsabilidad activa: “La inmunidad ética que no se convierte en servicio es apenas un lujo del alma.”
Del equilibrio a la dirección: umbral ético
La diferencia esencial entre el acrimiónico pasivo y el anacrimiónico activo no radica únicamente en su disposición energética, sino en la dirección volitiva que asume o no la conciencia. Ambos tipos permanecen ajenos a la crimia, pero solo el segundo actúa como sujeto agente en la dirección axiopsicoética del bien. Por ello, en términos crimiátricos, el anacrimiónico activo se considera una estructura polarizada positivamente, mientras que el pasivo representa un estado de equilibrio sin vector ético.
Esta diferencia será clave para interpretar la respuesta clínica, pedagógica o social en contextos de intervención, ya que solo los sujetos con dirección positiva pueden operar como agentes reparadores en ambientes de polarización negativa o conflictiva.
Tipos anacrimiónicos
La categoría anacrimiónica engloba aquellas configuraciones de conciencia en las que no solo existe una ausencia de carga psicoética negativa, sino que además se observa una disposición activa hacia el bien, articulada desde dimensiones distintas: racional, afectiva, espiritual o existencial. Se trata de sujetos cuya conciencia no se limita a inhibir la crimia, sino que se orienta de forma constructiva, buscando armonía, protección y mejora del entorno.
Dentro de esta categoría, es posible identificar dos tipologías estructuralmente diferenciables según su vector motivacional y su campo de acción axiológica:
Tipo oncico: orientación ética racional-axiológica
El tipo oncico representa al sujeto cuya configuración crimiátrica está centrada en la reflexión ética racional, en la articulación de principios y en la acción moral deliberada basada en valores universales, normas internalizadas o deberes asumidos. Su inmunidad crimiátrica se transforma en acción propositiva orientada por la razón ética.
Estos individuos desarrollan una estructura de conciencia sólida, con mecanismos de autocontrol, evaluación crítica y una fuerte integración de principios normativos. Son agentes de equilibrio social, promotores de justicia y mediadores naturales en contextos conflictivos. Pueden desempeñar funciones clave en instituciones educativas, jurídicas, clínicas o comunitarias.
- Principio de racionalidad axiopsicoética: “La virtud del oncico no es solo no dañar, sino saber por qué no se debe dañar.”
Características estructurales:
- Alto desarrollo del juicio ético.
- Reflexividad moral constante.
- Predisposición a asumir responsabilidades colectivas.
- Rechazo deliberado de prácticas ambivalentes o dañinas.
Tipo misticogénico: orientación trascendental o espiritual
En el tipo misticogénico, la carga psicoética positiva está canalizada desde una dimensión espiritual, trascendental o simbólica. Este tipo no se rige por una lógica axiológica puramente racional, sino por una experiencia interior de lo sagrado, lo sublime o lo absoluto, que actúa como motivación y guía estructural de la acción ética.
El sujeto misticogénico encuentra sentido en la entrega, la compasión, el sacrificio o la comunión espiritual. Su acción se inspira en arquetipos de santidad, sabiduría, amor universal o redención, y puede observarse tanto en líderes religiosos como en figuras laicas con vocación de servicio profundo.
— Axioma crimiátrico de la sublimación trascendente: “El misticogénico no actúa porque debe, sino porque ama lo que el deber protege.”
Características estructurales:
- Alto grado de empatía e inspiración afectiva.
- Motivación desde el sentido, el símbolo y el vínculo con lo absoluto.
- Fuerte capacidad de reparación espiritual en contextos deteriorados.
- Riesgo de abnegación excesiva o ruptura con lo normativo en nombre de lo trascendente.
Convergencias y divergencias entre tipos
Aunque ambos tipos anacrimiónicos comparten una inmunidad estructural a la crimia, sus campos de motivación y acción pueden diferir ampliamente. El oncico parte de un principio normativo; el misticogénico, de un principio inspiracional. El primero construye; el segundo transforma. Sin embargo, ambos encarnan formas altas de estructuración axiopsicoética positiva, y por tanto constituyen referencias clínicas y educativas para el desarrollo del sujeto acrimiátrico.
Axiónico: sujeto neutro en estado de polarización abierta
La figura axiónica representa un tipo caracterológico intermedio en el continuo psicoético. No manifiesta una carga estable ni hacia la virtud ni hacia la crimia; más bien, se encuentra en una condición de neutralidad potencial, susceptible de polarizarse según las condiciones internas o externas que lo afecten.
El sujeto axiónico no ha estructurado aún una disposición ética clara ni consolidado mecanismos de resistencia ante el daño. Sin embargo, tampoco ha desarrollado una inclinación definida hacia la crimia. Su estructura psicoética puede describirse como inestable, porosa y permeable, oscilante ante los estímulos, las presiones del entorno o sus propias contradicciones.
- Principio crimiátrico de la indeterminación psicoética: “El axiónico es campo fértil aún no sembrado: su dirección depende del viento que lo atraviesa.”
Neutralidad activa o latente
La axionicidad no debe confundirse con pasividad moral o apatía. En muchos casos, el sujeto axiónico experimenta tensiones internas entre distintas orientaciones éticas, lo que puede dar lugar a búsquedas filosóficas, dudas existenciales, o períodos de aparente desconexión moral. Su energía psicoética es neutra, pero no inerte: posee una capacidad de carga que aún no ha sido definida por una dirección concreta.
Esta neutralidad puede considerarse una zona crítica de intervención clínica o educativa, ya que de ella puede emerger una transformación positiva o una deriva hacia estados crimiátricos.
Factores de polarización
Entre los elementos que pueden incidir en la polarización de un sujeto axiónico se incluyen:
- Factores del entorno: presión social, ideologías dominantes, traumas, modelos de referencia.
- Factores internos: procesos de maduración, rupturas existenciales, búsquedas de sentido.
- Factores axiológicos: presencia o ausencia de propuestas éticas atractivas, coherentes y estructuradas.
El modelo crimiátrico considera que el sujeto axiónico representa el umbral más crítico del desarrollo psicoético, pues sus decisiones iniciales pueden consolidarse en estructuras duraderas, positivas o negativas, según el recorrido que adopte.
Posibles derivaciones tipológicas
El axiónico puede polarizarse hacia:
- Lo acrimiátrico, desarrollando inmunidad al daño y orientación al bien.
- Lo infracrimiátrico o crimiátrico, si se expone de forma repetida a contextos desestructurantes o refuerzos de conducta dañina.
Por ello, el diagnóstico precoz del estado axiónico y su seguimiento longitudinal puede ser clave en la prevención de conductas antisociales o en el fomento de perfiles éticos sólidos.
Infracrimiónico: carga débil, moralmente ambigua
El tipo infracrimiónico representa una de las configuraciones psicoéticas más complejas del modelo crimiátrico, al situarse en un umbral difuso entre la potencialidad de la crimia y su ejecución estructurada. Su carga psicoética negativa es débil pero activa, lo que le confiere una ambigüedad moral que puede enmascararse bajo una aparente normalidad o adaptabilidad superficial.
Se trata de sujetos en los que se observan procesos de racionalización del daño, justificaciones éticas laxas o fluctuaciones en los criterios de responsabilidad. No se hallan en la zona crítica de ejecución crimiátrica ni en la subcrimiátrica de predisposición manifiesta, pero participan simbólicamente en actos o estructuras que refuerzan la dinámica antisocial.
Ambigüedad moral y disonancia estructural
La característica principal del infracrimiónico es su disonancia estructural: aunque cognitivamente puede comprender las implicaciones del daño, su conciencia presenta lagunas ético-volitivas que impiden una inhibición clara del mismo. Se manifiestan a menudo como sujetos con discursos éticamente decorados, pero con conductas que se deslizan hacia la permisividad o la connivencia con el mal menor.
— Máxima diagnóstica crimiátrica: “El infracrimiónico es el sujeto que nunca golpea, pero abre la puerta al golpeador.”[1]
Esta figura no encarna el mal estructural, pero tampoco lo combate. Se acomoda, relativiza, o lo banaliza. La ambigüedad moral se convierte en su principal trazo estructural: no se posiciona activamente, pero su pasividad contribuye a la perpetuación de entornos dañinos.
Perfiles frecuentes y función social
Desde el enfoque crimiátrico, el infracrimiónico aparece en perfiles como:
- Funcionarios o autoridades negligentes que no impiden el daño cuando tienen medios para hacerlo.
- Sujetos acomodaticios que participan de redes de injusticia estructural, sin involucrarse de forma directa.
- Individuos con valores selectivos, que activan su juicio moral según afinidades ideológicas, personales o de conveniencia.
Este tipo es crucial en la estructura social de la crimia, pues su existencia legitima, normaliza o invisibiliza dinámicas antisociales de mayor intensidad. El infracrimiónico no se define tanto por sus actos visibles, sino por su falta de oposición activa a lo que daña, siendo funcional a sistemas de daño más amplios.
En términos clínicos o educativos, representa una figura de prevención tardía, donde la neutralización de la crimia no se logra por inhibición moral interna, sino por factores externos o culturales. Su tránsito hacia una zona acrimiátrica o su caída en tipologías más graves depende de la capacidad del entorno de reconstruir sus criterios éticos desde una conciencia clara y no defensiva.
Crimiónico activo: voluntad estructurada hacia la crimia
La figura del crimiónico activo representa un estado psicoético configurado y orientado de forma deliberada hacia el daño antisocial. No se trata de un sujeto ocasionalmente reactivo, ni de alguien atrapado en la ambigüedad moral del infracrimiónico. El crimiónico activo ha integrado en su estructura de conciencia un patrón constante de racionalización, justificación y ejecución del daño, si bien aún no lo ha materializado de forma manifiesta en actos extremos o plenamente tipificados por el derecho.
Este tipo se sitúa en la frontera dinámica entre la subcrimiátrica (predisposición) y la crimiátrica (ejecución), constituyendo lo que podríamos denominar una voluntad de daño consolidada, pero no todavía consumada. Lo característico no es tanto el acto, sino la configuración volitiva y estructural hacia él.
- Principio estructural crimiátrico: “Donde hay voluntad de daño como dirección interior sostenida, allí hay crimiónico activo, aunque aún no haya herida.”
Rasgos estructurales del crimiónico activo
Este tipo presenta tres características clave:
- Carga negativa fuerte y polarizada: la energía psicoética se encuentra intensamente alineada con criterios egoístas, utilitaristas o nihilistas, y rechaza de forma consciente principios de inhibición ética o de contención altruista.
- Racionalización y dirección: el daño no es resultado del impulso, sino de una decisión valorada y sostenida en el tiempo. Existe una estructura interna que planifica, proyecta o legitima el daño como medio para alcanzar fines personales, ideológicos o simbólicos.
- Capacidad ejecutiva latente: si bien aún no ha ejecutado actos extremos, dispone de los medios psíquicos, motivacionales y contextuales para hacerlo, y a menudo busca el momento o la oportunidad propicia.
En este sentido, el crimiónico activo es una figura altamente peligrosa en términos criminógenos, no solo por su potencial de daño, sino por su capacidad para ocultarlo bajo máscaras de normalidad, autoridad o persuasión.
Diferencia con el crimiátrico ejecutado
Es crucial distinguir al crimiónico activo del crimiátrico ejecutado (4.7), que ya ha manifestado el daño estructural en acciones tipificadas, observables o medibles. El crimiónico activo aún está en fase de incubación estructurada, pero esta incubación no implica duda o vacilación, sino preparación y direccionamiento.
Esta distinción es clave para los fines preventivos y clínicos del modelo crimiátrico: mientras el crimiátrico ya ha cruzado el umbral de intervención penal o social, el crimiónico activo puede —en algunos casos— reconducirse mediante intervenciones profundas en el sistema de creencias, en la conciencia volitiva o en la matriz axiológica que sostiene su estructura.
Valoración desde la Crimiatría
Desde el enfoque clínico-estructural de la Crimiatría, este tipo exige:
- Detección temprana de indicadores estructurales, tales como narrativas autojustificativas del daño, desprecio activo de la norma moral común, o posicionamientos polarizados que buscan el conflicto y la destrucción del otro como medio de afirmación del yo.
- Intervención ética reconstructiva, centrada no solo en la inhibición de la conducta, sino en la resimbolización de valores y el desmontaje de las racionalizaciones del daño.
- Valoración contextual, ya que la manifestación de este tipo puede variar si se encuentra en ambientes que refuerzan o inhiben su estructura.
En suma, el crimiónico activo es una pieza central del modelo crimiátrico, pues permite comprender cómo la conciencia puede estructurarse hacia el daño antes de su manifestación externa, lo que ofrece una ventana de diagnóstico y prevención que va más allá de los métodos clínicos o jurídicos tradicionales.
Crimiátrico ejecutado: daño antisocial manifiesto
El crimiátrico ejecutado representa la culminación estructural del proceso psicoético que conduce a la manifestación externa del daño antisocial. A diferencia del crimiónico activo, cuya voluntad se orienta hacia la crimia sin haberse materializado aún, el crimiátrico ejecutado ha cruzado el umbral de la acción, transformando su configuración interna en hechos concretos, observables y, por lo general, jurídicamente tipificables.
Este tipo estructural se ubica de manera nítida en la zona crimiátrica, donde se actualiza la voluntad de daño como acto consumado, sea en forma de violencia física, simbólica, institucional o psicológica. El crimiátrico no solo ha llegado a justificar el daño, sino que lo ha normalizado e integrado como modo de relación o de resolución de conflictos. Su conciencia ha dejado de ser una barrera inhibidora, convirtiéndose en un instrumento ejecutor de estructuras antisociales.
— Aforismo crimiátrico sobre el daño consumado: “El crimiátrico no se pregunta si debe hacer daño: ya lo ha hecho. Y su conciencia ha dejado de ser tribunal para ser herramienta.”
Características psicoéticas
- Consolidación de la racionalidad dañina: La estructura del crimiátrico ha interiorizado un sistema axiológico donde el otro puede ser objetualizado, instrumentalizado o eliminado. La alteridad ha sido degradada.
- Neutralización de la inhibición moral: El freno ético ha sido desactivado, no por ignorancia sino por decisión estructural. Puede haber desensibilización, indiferencia, odio justificado, o un narcisismo moral que legitima la agresión.
- Ausencia de conflicto interno: El crimiátrico no necesariamente siente culpa. Su conciencia ha sido reconfigurada para no reaccionar emocional ni éticamente ante el sufrimiento causado, o para atribuir la culpa a la víctima.
- Reincidencia potencial: La repetición del daño no es accidental, sino probable, ya que la estructura no ha sido resquebrajada. Por ello, en ausencia de intervención, la cronificación de la conducta es esperable.
Significado clínico y criminológico
Desde una perspectiva clínica, el crimiátrico ejecutado requiere un abordaje post-factual: ya no es posible actuar sobre la contención previa, sino sobre la reconstrucción profunda del aparato axiológico y volitivo. Esto implica:
- Reconexión emocional con el daño causado (si existe alguna disposición al insight);
- Desarticulación de los mecanismos de justificación estructural;
- Construcción de nuevas rutas de valoración moral, a menudo desde la perspectiva del otro, de la comunidad o del sentido vital.
Desde un enfoque criminológico y preventivo, su análisis permite comprender cómo ciertas estructuras de conciencia, una vez activadas, se manifiestan en patrones repetidos, no solo individuales, sino colectivos o institucionales. Por eso, el crimiátrico no es solo un perfil clínico, sino también un paradigma de daño reproducido y socialmente tolerado.
Diferencias con figuras limítrofes
Tipo | Ejecución del daño | Estructura volitiva | Inhibición moral |
Crimiónico activo | No (potencial) | Consolidada | Parcial o debilitada |
Crimiátrico ejecutado | Sí (realizada) | Totalmente direccionada | Abolida o resignificada |
Esta tabla permite situar al crimiátrico como el final de un proceso que empieza en zonas más ambiguas (como la infracrimiátrica o la subcrimiátrica), y que puede, en algunos casos, ser recorrido de forma silenciosa y prolongada hasta la manifestación externa.
Representación de los tipos según zona y carga
Tipo caracterológico | Zona psicoética | Carga estructural | Manifestación del daño |
Acrimiónico pasivo | Acrimiátrica | Positiva (alta coherencia e inmunidad) | Inexistente – tendencia a la virtud estructural |
Anacrimiónico activo | Acrimiátrica | Positiva (voluntad ética orientada) | Inexistente – proyección activa del bien |
Oncico | Acrimiátrica | Positiva axiológica (ética racional) | Inexistente – impulso ético de orden filosófico |
Misticogénico | Acrimiátrica | Positiva trascendental (orientación espiritual) | Inexistente – impulso ético de sentido trascendente |
Axiónico | Axiónica | Neutra (potencial sin dirección) | Ambigua – susceptible de polarización |
Infracrimiónico | Infracrimiátrica | Negativa débil o inestable | Latente – daño racionalizado, no consumado |
Subcrimiátrico | Subcrimiátrica | Negativa media (predisposición al daño) | Tendencial – propenso a la crimiarización |
Crimiónico activo | Crimiátrica (umbral) | Negativa estructurada | Potencial de daño claro – voluntad dañina estable |
Crimiátrico ejecutado | Crimiátrica | Negativa activa y ejecutada | Consumado – daño antisocial manifiesto |
Esta tabla sintetiza el sistema tipológico en el modelo crimiátrico, articulando el tipo psicológico con su nivel de energía psicoética, el estado estructural de su conciencia y su expresión o contención del daño antisocial.
La conciencia como núcleo de dirección psicoética
La conciencia como función ética, no solo perceptiva
En la mayoría de modelos psicológicos y neurocientíficos, la conciencia ha sido concebida esencialmente como una función perceptiva y atencional, encargada de captar, integrar y filtrar información proveniente del entorno y del cuerpo. Este enfoque, válido desde una perspectiva cognitiva, se muestra insuficiente cuando se pretende comprender la conducta antisocial como resultado de una dinámica ética interior. El modelo crimiátrico introduce, por tanto, una ampliación conceptual decisiva: la conciencia no es solo una función perceptiva, sino fundamentalmente una instancia directiva de orden psicoético.
De la percepción a la dirección moral
La conciencia no se limita a registrar estímulos, sino que valora, discrimina, jerarquiza. En este sentido, cumple una función axiológica estructural, siendo el centro donde se decide qué debe ser atendido y qué debe ser inhibido, según el marco ético interno del sujeto. Esta orientación axiológica no es neutra ni mecánica: responde a una configuración psicoética que se ha ido modelando a lo largo del desarrollo biográfico, afectivo y social del individuo. Como sugiere Ricœur (1990), la conciencia moral no se limita a observar el mundo; lo interpreta a la luz del deber-ser. En el modelo crimiátrico, esta capacidad interpretativa se considera estructuralmente activa: decidir es interpretar éticamente.
La conciencia como sistema evaluador de cargas
Toda percepción se somete, en última instancia, a un sistema interno de evaluación axiopsicoética. La conciencia actúa como un núcleo que selecciona e impulsa decisiones conforme a la carga psicoética dominante del sujeto. En sujetos acrimiátricos, este núcleo tiende a elevar el juicio moral por encima de los impulsos; en sujetos subcrimiátricos o crimiátricos, por el contrario, la conciencia puede estar distorsionada o instrumentalizada, sirviendo a una lógica ética invertida. Así, la conciencia no es una garantía de corrección moral, sino un campo estructural donde el bien o el daño pueden afirmarse con igual firmeza, según el tipo caracterológico.
Crimiarización de la conciencia: desvío funcional
Cuando la conciencia se desliga de su función volitiva-ética para volverse racionalizadora de la propia transgresión, hablamos de una forma de crimiarización interna. Esto no implica aún la comisión de actos antisociales, pero sí una normalización estructural del daño, que puede desencadenar procesos de crimiarización progresiva. El sujeto ya no ve el daño como tal, sino como parte de su sistema de valores operativos. Arendt (1963) lo expresó crudamente al referirse a la «banalidad del mal»: la conciencia puede adormecerse sin desaparecer.
Afirmación, cancelación o sublimación del impulso
En última instancia, la conciencia cumple un papel dinámico en el manejo del impulso ético o dañino. Según el tipo de carga dominante y la zona estructural en la que se sitúe el sujeto, la conciencia puede:
- Afirmar el impulso (voluntad hacia el bien o hacia el daño).
- Cancelar el impulso (inhibición reflexiva o rechazo moral).
- Sublimar el impulso (transformación simbólica o ética del deseo).
Esta triple función directiva es el corazón del modelo crimiátrico de la conciencia, y lo que lo distingue de aproximaciones más pasivas o observacionales. La conciencia no es solo una ventana: es un timón.
Mecanismo volitivo: activación, inhibición y sublimación
En el modelo crimiátrico, la conciencia no se concibe como una estructura estática, sino como un núcleo dinámico volitivo, desde el cual se regulan los flujos energéticos psicoéticos que atraviesan la estructura de la personalidad. Esta regulación ocurre a través de tres funciones centrales: activación, inhibición y sublimación. Estas no se producen de forma mecánica, sino según la carga dominante y la zona estructural en que se ubique el sujeto.
Activación: afirmación estructural de una orientación
La activación corresponde al proceso mediante el cual la conciencia afirma una dirección ética (constructiva o destructiva), dotándola de energía y estructurándola como parte del sistema operativo del sujeto. En términos crimiátricos, se activa lo que se reconoce como legítimo dentro del marco de referencia axiopsicoético del individuo.
- En sujetos acrimiátricos, la activación implica una voluntad afirmativa del bien, una dirección ético-afectiva hacia la coherencia interior.
- En sujetos crimiátricos o infracrimiátricos, la activación implica una decisión voluntaria que justifica y estructura el daño, al interior de una lógica ética deformada.
Como señala Frankl (1959), la libertad última del ser humano es la capacidad de tomar posición ante sus propios impulsos. El modelo crimiátrico recoge esta libertad como función estructural y responsable.
Inhibición: cancelación consciente o subconsiente del impulso
La inhibición es el mecanismo por el cual la conciencia bloquea la ejecución de un impulso —ético o no— tras evaluarlo como incompatible con su sistema interno. No se trata simplemente de represión inconsciente (al estilo freudiano), sino de una decisión estructural basada en el juicio psicoético.
- En el sujeto acrimiátrico, la inhibición bloquea el daño como reflejo espontáneo de su configuración ética.
- En el sujeto crimiátrico, puede inhibirse el bien si este se considera contrario al propio interés o incompatible con una ética instrumentalizada.
Este mecanismo demuestra que el silencio de la conciencia no siempre es ausencia de juicio, sino resultado de una cancelación selectiva y funcional.
Sublimación: transformación energética hacia fines superiores
La sublimación representa la capacidad más elevada de la conciencia: transformar un impulso primario (agresivo, egocéntrico, destructivo o incluso altruista impulsivo) en una acción canalizada hacia fines éticamente integrados.
- En el modelo crimiátrico, la sublimación es considerada un proceso de transmutación energética que permite reconducir tensiones internas hacia formas psicoéticamente coherentes.
- La sublimación no niega la existencia del impulso, sino que lo reelabora en una clave superior, integrándolo en la identidad profunda del sujeto.
Aquí, la conciencia actúa como un transductor axiológico, capaz de traducir el impulso en virtud, el deseo en compromiso, el dolor en lucidez.
Síntesis operativa del mecanismo volitivo:
Función | Descripción breve | Resultado estructural según tipo |
Activación | Afirmación voluntaria de una dirección ética o dañina | Refuerzo de la carga dominante |
Inhibición | Cancelación del impulso evaluado como inadecuado | Bloqueo estructural selectivo |
Sublimación | Transformación del impulso en dirección ética superior | Elevación y transmutación ética |
Influencia del entorno en la polarización de la conciencia
En el modelo crimiátrico, la conciencia no se configura como un sistema cerrado, sino como una estructura abierta a influencias del entorno, susceptible de ser orientada en función de los estímulos y contextos en los que opera. Esta apertura constituye un punto crítico para la comprensión de cómo un sujeto puede consolidarse en un eje psicoético determinado: la polarización positiva, neutra o negativa de la conciencia no es sólo resultado de procesos internos, sino también de la interacción con matrices ambientales.
Entornos modeladores: resonancia axiopsicoética
Algunos entornos —familiares, educativos, sociales o incluso culturales— actúan como catalizadores de resonancia psicoética, es decir, refuerzan las disposiciones internas del sujeto al proveer estímulos congruentes con su nivel estructural. Si el entorno fomenta el juicio ético, la reflexión, la empatía o la contención, la conciencia tiende a reforzar sus funciones inhibitorias o sublimadoras del daño. En este caso, se produce lo que podría llamarse una sinergia acrimiátrica.
Por el contrario, cuando el entorno legitima la transgresión, trivializa el daño o refuerza conductas antisociales, puede favorecer una deriva subcrimiátrica o crimiátrica, incluso si el sujeto no mostraba inicialmente una disposición estructural patológica. Esta deriva no se produce por imposición directa, sino por la erosión del juicio valorativo que supone la constante exposición a modelos normativos degradados.
Polarización y desajuste contextual
También es relevante destacar los casos de desajuste entre estructura interna y contexto externo. Un sujeto acrimiátrico puede experimentar disonancia en un entorno permisivo, así como un sujeto con carga negativa puede encontrar resistencia o reeducación en un entorno formativo. Esta tensión define un espacio de conflicto psicoético que puede resolverse en sentido adaptativo o disfuncional, según la fuerza relativa del entorno o de la voluntad individual.
La conciencia como frontera entre estructura y acción
La conciencia como interfaz estructural y conductual
La conciencia, desde la perspectiva crimiátrica, no es meramente un plano reflexivo o evaluativo, sino un verdadero órgano de frontera, donde lo estructural (las cargas psicoéticas latentes) se convierte en lo conductual (la acción o inhibición del daño). Esta función de bisagra ha sido insinuada en diferentes tradiciones psicológicas, pero nunca sistematizada desde un enfoque axiopsicoético. Como señala Ricoeur (2000), la conciencia es “el lugar donde la intención se vuelve historia”.
El modelo crimiátrico la interpreta como una interfaz liminal entre el ser y el hacer, donde se procesa, pondera y canaliza la carga interna según su orientación axiológica, su polarización previa y su relación con el contexto. De ahí que todo acto antisocial no pueda ser entendido sin examinar este umbral de decisión interior.
El umbral de decisión: activación, omisión y complicidad estructural
No toda crimia se ejecuta. Hay niveles de responsabilidad psicoética incluso en la omisión o en la connivencia estructural de la conciencia. Es decir, la no oposición al daño, la permisividad latente o incluso la neutralidad autojustificada pueden constituir formas preactivas de disfunción crimiátrica. Bauman (2002) ya advertía que “la banalidad del mal se asienta muchas veces en la pasividad de la conciencia”.
Esta conciencia-umbral se convierte entonces en un espacio clínico de análisis: no sólo interesa qué se hizo, sino cómo la conciencia operó (o no) para permitir o frenar la acción. De este modo, se puede detectar una estructura volitiva cómplice, aunque el acto no haya sido exteriorizado.
Acción como revelación de la estructura de conciencia
Toda acción es una expresión de la estructura interna. La conducta, en este marco, deja de ser un mero resultado visible para convertirse en una huella fenoménica de la arquitectura psicoética del sujeto. La forma en que alguien actúa revela la forma en que su conciencia ha filtrado, reorientado o negado la carga interna.
Autores como Frankl (1962) ya intuían que “el hombre no está condenado a sus impulsos, sino a sus decisiones sobre ellos”. En esa decisión, la conciencia actúa como frontera ética, y su estructura (más o menos integrada, polarizada o inhibida) define no sólo la acción sino el grado de responsabilidad subjetiva.
Implicaciones para la detección y prevención de la crimia
Diagnóstico proyectivo según tipo estructural
El diagnóstico crimiátrico más allá del acto
En el marco de la Crimiatría, el diagnóstico no se centra en el acto consumado, sino en la estructura axiopsicoética del sujeto. Esto implica una lectura proyectiva, donde se busca identificar no sólo qué ha hecho el individuo, sino desde qué zona y con qué carga lo haría potencialmente. Se trata de un modelo preventivo-clínico, más cercano a la predicción funcional que al juicio retrospectivo.
Este enfoque permite detectar estructuras predispuestas a la crimia incluso en sujetos que aún no han exteriorizado conductas antisociales, lo que lo convierte en una herramienta útil para intervenciones anticipadas, programas de reorientación axiológica y educación psicoética.
Tipologías estructurales como mapa diagnóstico
El sistema tipológico propuesto en el capítulo anterior (acrimiónicos, axiónicos, infracrimiónicos, crimiónicos activos, crimiátricos ejecutados, etc.) funciona como un mapa de lectura clínica. A cada tipo corresponde:
- Una zona estructural (ver capítulo 3),
- Un grado de polarización volitiva,
- Una orientación axiológica predominante (ética, neutra o destructiva),
- Y un patrón de respuesta ante dilemas morales o situaciones límite.
Este tipo de categorización permite evaluar al sujeto en estado latente, facilitando un diagnóstico proyectivo o inferencial, incluso sin necesidad de hechos delictivos previos.
Técnicas proyectivas e instrumentos complementarios
Para aplicar este modelo de forma efectiva, es necesario desarrollar e implementar técnicas proyectivas estructurales, como:
- Entrevistas axiográficas, centradas en dilemas morales simulados,
- Mapas narrativos de decisión, donde se reconstruyen patrones volitivos bajo presión,
- Escalas de polarización ética,
- Evaluación de microconductas axiopsicoéticas (justificaciones, reacciones, racionalizaciones).
Inspirados en herramientas clínicas ya existentes, como las utilizadas en la psicodinámica o la psicología moral (cf. Kohlberg, Rest), estos instrumentos han de ser adaptados al marco crimiátrico, con un fuerte anclaje en la estructura de conciencia y no sólo en la conducta observable.
Crimiatría y el principio de detectabilidad diferencial
Un principio clave de esta propuesta diagnóstica es el de detectabilidad diferencial: una misma conducta puede tener significados distintos según la estructura de conciencia desde la que emana. Por tanto, no es suficiente clasificar actos, sino comprender el tipo de conciencia que los genera, los permite o los omite.
Así, un insulto, una evasión de responsabilidad o incluso una ayuda aparente pueden significar estructuras axiológicamente opuestas. Este tipo de lectura es fundamental en contextos como la justicia juvenil, la prevención en entornos escolares o la detección temprana de riesgos en contextos sociales vulnerables.
Valoración preventiva: distinguir carga de acto
Una de las aportaciones más relevantes del modelo crimiátrico es la distinción entre carga psicoética estructural y acto antisocial ejecutado. Este principio no solo es ontológicamente coherente con la visión estructural del daño, sino que permite, en la práctica, una detección temprana del riesgo criminógeno, incluso en ausencia de conducta delictiva observable.
El error de la acción como único criterio criminológico
El enfoque penal tradicional, centrado en la conducta manifiesta, tiende a ignorar las estructuras de predisposición que pueden anidar en sujetos aparentemente integrados socialmente. Como ya apuntaban Cima, Tonnaer y Hauser (2010), existe una zona intermedia entre el pensamiento delictivo y la ejecución conductual, donde los modelos de riesgo convencionales no penetran con eficacia. La crimiatría responde a esta laguna proponiendo una valoración diagnóstica de la carga, entendida como la orientación estable (acrimiónica o crimiátrica) de la energía psicoética del sujeto.
Carga no es culpabilidad: el principio de inocuidad axiológica
Es fundamental subrayar que detectar una carga crimiátrica no implica culpabilizar al sujeto, del mismo modo que un factor de riesgo cardiovascular no implica necesariamente un infarto. Se trata, más bien, de reconocer una disposición estructural cuya gravitación ética y volitiva puede ser reconducida, inhibida o sublimada, si se interviene a tiempo. En este sentido, la axiopsicología forense y educativa pueden desempeñar un papel crucial, como han defendido autores como Garbarino (2000) y Gilligan (2001), al señalar la importancia de mapas emocionales y axiológicos en la prevención del daño.
Polarización y umbral de activación
Cada sujeto posee un umbral de activación que depende de su estructura axiológica, su historia de socialización y su contexto inmediato. Un sujeto con carga infracrimiátrica podría mantenerse pasivo durante años hasta que un estímulo catalizador (entorno tóxico, trauma, adoctrinamiento) precipite la acción. Este enfoque coincide con el concepto de «voluntas delinquentiae» latente, que no siempre se manifiesta si el entorno no lo facilita.
Herramientas para distinguir carga y acto
A nivel práctico, la distinción carga/acto puede orientarse mediante:
- Cuestionarios axiopsicoéticos proyectivos.
- Entrevistas estructuradas sobre motivación, justificación del daño y reacción empática.
- Análisis de lenguaje emocional y simbología interna (uso de metáforas, autorrepresentaciones).
- Evaluación del entorno relacional y estructuras normativas percibidas.
La conciencia como campo de intervención educativa o clínica
La conciencia, en el modelo crimiátrico, no es una entidad meramente descriptiva, sino una estructura operativa capaz de ser intervenida, orientada y reforzada tanto en su dimensión valorativa como volitiva. Esta característica la convierte en un campo fértil para las prácticas educativas, psicoterapéuticas y preventivas, donde se puede actuar sobre las zonas axiológicas antes de que la conducta antisocial se manifieste.
Educación psicoética como prevención primaria
Desde una perspectiva educativa, el desarrollo temprano de la conciencia moral y axiopsicoética —lo que Kohlberg (1984) definió como formación del juicio moral progresivo— puede modular la predisposición hacia zonas crimiátricas. La educación psicoética no debe limitarse a la transmisión de normas, sino fomentar la reflexividad sobre la acción, el discernimiento del daño, y el cultivo de la empatía y la autodeterminación moral. Se trata de una “alfabetización axiológica”, como la llama José Antonio Marina (2003), que capacita al sujeto para leer y gobernar su propio sistema de valores.
Intervención clínica: despolarizar y reestructurar
En contextos clínicos o forenses, la conciencia crimiátrica puede ser el eje de procesos de reeducación moral o repolarización psicoética. Esto implica trabajar sobre los mecanismos de justificación, racionalización o desensibilización que mantienen al sujeto en zonas infracrimiátricas o subcrimiátricas. Tal como propone Bandura (1990) con su noción de desinhibición moral, la terapia crimiátrica buscaría inhibir el automatismo dañino y reactivar zonas de juicio ético dormidas o debilitadas.
Intervención diferenciada por tipologías
Cada estructura de carga requiere una intervención distinta:
- En sujetos axiónicos, se fomenta la orientación activa.
- En sujetos subcrimiátricos, se trabaja la contención y el sentido del daño.
- En estructuras crimiátricas ejecutadas, el foco estará en la responsabilidad, reparación del daño y reconstrucción axiológica.
Prototipos de herramientas y aplicaciones clínicas o forenses
Este apartado recoge una serie de instrumentos diseñados a partir del modelo crimiátrico y de la Escala de Polaridad Ética (EPE), con el objetivo de detectar, representar o intervenir sobre estructuras éticas disfuncionales, especialmente en contextos clínicos, educativos o forenses.
Sistema de cribado proyectivo posterior a la EPE
Una vez aplicada la Escala de Polaridad Ética (EPE), y detectada la tendencia psicoética dominante —ya sea crimiátrica (K⁺), acrimiátrica (K⁻) o axiónica (K^)—, se propone un sistema de cribado mediante pruebas proyectivas específicas que permiten afianzar y validar el perfil inicial identificado. Este enfoque permite aumentar la fiabilidad diagnóstica y orientar el paso siguiente hacia instrumentos de evaluación más precisos como la EDC o el cálculo del ICΨϘ.
Tabla orientativa de cribado proyectivo según polarización EPE
Tendencia dominante en EPE | Instrumento proyectivo recomendado | Finalidad específica |
K⁺ (crimiátrica) | CCP – Cuestionario de Carga Psicoética | Identificar mecanismos de racionalización, minimización o negación del daño. |
K⁻ (acrimiátrica) | ECPE – Entrevista Crimiátrica de Polarización Ética | Verificar la coherencia narrativa de la ética inhibidora o restauradora. |
K^ (axiónica) | TDC – Test de Dilemas Crimiátricos | Evaluar ambivalencia ética, evasión decisional o neutralidad valorativa. |
Este procedimiento permite transformar una evaluación inicial amplia en un diagnóstico más concreto y personalizado. De este modo, la EPE actúa como filtro primario y el cribado proyectivo como confirmador estructural de la tendencia detectada, antes de proceder a fases más complejas como la estimación del riesgo (IRE), el análisis de activación funcional (EDC), o el cálculo del índice de carga crimiónica (ICΨϘ).
Test de Dilemas Crimiátricos (TDC)
Objetivo: Explorar la justificación moral ante conflictos éticos reales o simulados.
Ejemplo de ítem (extracto de prueba):
“Un compañero de trabajo ha sido acusado injustamente de un error que tú cometiste. Si hablas, serás despedido. Si callas, él perderá su reputación. ¿Qué haces?”
Opciones de respuesta:
- a) Confieso el error aunque pierda el empleo.
- b) Intento negociar con mi jefe sin decir la verdad completa.
- c) Me mantengo en silencio y dejo que el error se adjudique a mi compañero.
Pregunta abierta complementaria: Justifica tu elección.
Evaluación: La respuesta se interpreta según el origen psicoético dominante: zona acrimiátrica (ética interiorizada), axiónica (ambivalencia o neutralidad ética) o subcrimiátrica (evasión del daño, racionalización o desconexión empática).
Entrevista Crimiátrica de Polarización Ética (ECPE)
Objetivo: Analizar el proceso de toma de decisiones éticas a través de la biografía narrativa del sujeto.
Preguntas-guía estructuradas por núcleos volitivos:
- Momento de conflicto: Cuéntame una vez en la que supiste que lo que deseabas hacer no era correcto. ¿Qué hiciste? ¿Cómo te sentiste?
- Desarrollo moral: ¿Tus criterios éticos han cambiado en los últimos años? ¿Por qué?
- Tensión valorativa: ¿Qué pesa más para ti: lo que piensas, lo que sientes o lo que te dicen?
Evaluación: Se valora la integración de principios, la coherencia narrativa, la presencia de polarización interna, las zonas dominantes y la flexibilidad axiológica.
Índice de Riesgo Ético (IRE)
Objetivo: Medir el grado de polarización ética del sujeto en términos de riesgo, a partir del equilibrio entre zonas K⁺ (crimiátricas), K⁻ (acrimiátricas) y K^ (axiónicas).
Fórmula:
Ejemplo de cálculo:
- K⁺ = 75
- K⁻ = 30
- K^ = 15
- Total = 120
Entonces:
Interpretación: Según la tabla de rangos, un IRE de 0.375 indica riesgo ético moderado-alto, correspondiente a una crimia estructurada o funcional.
Este índice permite valorar la proporción de energía psicoética activada hacia el daño, en contraste con zonas neutras o reparadoras. Es útil para realizar pronósticos ético-comportamentales, especialmente en contextos penitenciarios, escolares o clínicos.
Tabla resumen por fases del proceso diagnóstico crimiátrico
Fase | Instrumento principal | Propósito clínico-diagnóstico | Herramientas de apoyo |
1. Exploración inicial | EPE – Escala de Polaridad Ética | Identificar la tendencia dominante (K⁺, K⁻, K^) | — |
2. Cribado proyectivo selectivo | TDC / CCP / ECPE | Validar el tipo de polarización y profundizar en el razonamiento ético | Según resultado EPE |
3. Evaluación de riesgo ético | IRE – Índice de Riesgo Ético | Cuantificar la polarización y establecer el grado de riesgo ético general | Resultados EPE + tendencia K⁺ |
4. Evaluación funcional específica | EDC – Escala de Dominación Crimiónica | Determinar qué carácter crimiónico está activo y cuánto | Cálculo de AFᵢ y wᵢ |
5. Perfilación estructural avanzada | ICΨϘ – Índice de Carga Crimiónica | Estimar la carga crimiónica concreta y su peligrosidad estructural (con wᵈ) | Aplicación opcional de wᵈ estructural |
6. Representación global del sujeto | Mapa de Zonas Axiológicas | Representar gráficamente el perfil ético completo del individuo | Integración narrativa o visual |
Esta secuencia permite no solo identificar tendencias antisociales incipientes, sino también anticipar su progresión, intervenir pedagógica o terapéuticamente, y elaborar informes técnicos con fundamento estructurado y validable.
Conclusión
Síntesis del modelo propuesto
La presente propuesta articula una lectura psicoética de la conciencia humana como núcleo estructural de la conducta antisocial, introduciendo una arquitectura interna basada en zonas axiológicas (acrimiátrica, axiónica, infracrimiátrica, subcrimiátrica y crimiátrica) que permiten mapear la orientación ética del sujeto en términos dinámicos, no exclusivamente jurídicos ni psicopatológicos. A través del concepto de carga psicoética, se logra una comprensión más precisa y anticipatoria del daño, incluso antes de su ejecución. Esta aproximación permite disociar el análisis de la conducta antisocial de una visión penalista centrada en la acción consumada y reubicarla en el terreno del potencial ético volitivo.
El modelo no pretende sustituir a los enfoques existentes, sino ofrecer un marco paralelo que refuerce la detección precoz, la prevención del daño y la intervención educativa o clínica. Además, al integrar elementos narrativos, proyectivos y evaluativos, propone herramientas versátiles tanto para el campo forense como para el clínico.
Aportes frente a los modelos clásicos
Frente a los modelos clásicos de la psicología (Freud, Jung, Janet) o de la fenomenología (Husserl, Sartre, Merleau-Ponty), el enfoque crimiátrico desplaza el eje desde el análisis del contenido de la conciencia hacia la organización ética de sus funciones. No se trata tanto de qué hay en la conciencia, sino desde dónde actúa el sujeto en términos de polarización axiológica.
Asimismo, frente a las aproximaciones neuropsicológicas que reducen el juicio ético a procesos cognitivos o de control ejecutivo (Kohlberg, Haidt, Damasio), la Crimiatría introduce la noción de estructura psicoética, es decir, un núcleo interno que articula la predisposición volitiva del sujeto hacia el daño o su inhibición. Esta concepción permite integrar lo neurobiológico, lo afectivo y lo ético sin reducirlos a meras funciones adaptativas.
Además, se propone una diferenciación entre estados estructurales (zonas) y tipos caracterológicos (acrimiónico, axiónico, infracrimiónico, etc.), lo que permite evaluar al sujeto no solo por lo que hace, sino por el campo desde donde lo haría, aunque no lo haya hecho aún. Esta distinción abre la puerta a una prevención cualitativa más allá de la predicción estadística delictiva.
Líneas de investigación futura desde la Crimiatría
Las siguientes líneas se perfilan como extensiones naturales del modelo aquí expuesto:
- Validación empírica de las zonas axiológicas y los tipos crimiátricos mediante estudios longitudinales, entrevistas cualitativas, pruebas proyectivas y modelos mixtos.
- Desarrollo de escalas estandarizadas que permitan operacionalizar el diagnóstico crimiátrico en contextos educativos, clínicos y forenses.
- Aplicación del modelo al análisis de sujetos concretos: evaluación de internos penitenciarios, perfiles de riesgo juvenil, intervenciones educativas en entornos vulnerables.
- Vinculación con la criminología ambiental y cultural, explorando cómo el entorno y los sistemas simbólicos influyen en la polarización psicoética de la conciencia.
- Ampliación teórica hacia la integración con conceptos afines como la crimialia, el IPC (Índice de Predisposición Crimiátrica), la crimiatopatología o la ética criminológica diferencial.
- Aplicación narrativa y simbólica, a través del análisis de relatos de vida, cine, literatura o discurso judicial desde una perspectiva crimiátrica.
En síntesis, la Crimiatría no pretende ser una ciencia cerrada, sino un campo emergente en el estudio de la predisposición al daño, donde convergen la ética, la psicología, la neurociencia y la criminología. Su desarrollo futuro dependerá de la rigurosidad con la que se prueben sus hipótesis y de su capacidad para dialogar con los modelos establecidos sin diluir su especificidad.
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[1] Esta formulación caracteriza al sujeto con baja carga crimiática activa, pero alta permisividad estructural, cuya conducta facilita indirectamente la comisión del delito.